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La travesía de don Gonzalo

Café Madrid

Una exposición en la Biblioteca Nacional de España pretende evidenciar cómo y en qué momento surgieron las diversas facetas del escritor español, tan vituperado como valorado en los anales de las letras españolas.

Víctor Núñez Jaime
Madrid /

El golpe de Estado de Francisco Franco sorprendió a Gonzalo Torrente Ballester, el escritor gallego “anticuado”, en la capital de Francia, donde estaba por concluir su doctorado en Historia. Para entonces ya era padre de familia pero sabía que su pasado político podría darle problemas en medio de la guerra civil. Por eso se quedó unos meses más en París. Mortificado por el desamparo de su mujer y sus hijos, volvió a España en octubre de 1936. “¿No sabes que han fusilado a muchos de tus amigos?”, le dijeron. “Deberías afiliarte a la Falange”, le recomendaron. Y él les hizo caso.

David Bowie en un concierto en Wembley, el 19 de junio de 1987. (Archivo)
David Bowie en un concierto en Wembley, el 19 de junio de 1987. (Archivo)

La Falange era la organización fascista y nacionalsindicalista que con el triunfo de Franco se vio fortalecida. Así que durante varias décadas el autor de Crónica del rey pasmado quedó estigmatizado como reaccionario y franquista. Algo de culpa tenía porque se dejaba ver con los intelectuales falangistas, colaboraba en los periódicos del régimen, daba clases en sus encorsetadas instituciones educativas, recibía sus premios y engendraba un hijo tras otro “como Dios manda” (once en total). A nadie le importó que él defendiera su pertenencia a la estructura derechista de José Antonio Primo de Rivera como una “estrategia de supervivencia” y no le quedó más remedio que aguantar la animadversión de varios de sus colegas escritores (sobre todo de los exiliados), de algunos críticos y hasta de buena parte del público.

A finales de los años sesenta, cuando la dictadura ya comenzaba a resquebrajarse, Torrente Ballester y su familia se fueron a Estados Unidos, donde ejerció de profesor distinguido en Albany (Nueva York). Regresó a España en 1973 y, dos años después, fue elegido académico de la lengua. Tardó dos años en preparar su discurso de ingreso, Acerca del novelista y de su arte, pero a partir de entonces muchos comenzaron a mirarlo de manera diferente. Las grandes editoriales lo incluyeron en sus catálogos, los honores y reconocimientos más importantes le fueron otorgados y su aportación a la literatura española comenzó a ser valorada. Sus historias, inscritas en lo real-maravilloso (espolvoreadas con ironía y sentido del humor) parecían ser la respuesta española al realismo mágico latinoamericano.

En 1985, sin embargo, cuando el jurado del Premio Cervantes se reunió para elegir al ganador de ese año hubo que repetir tres veces la votación y, al final, Torrente Ballester fue elegido por un sólo voto de diferencia. Al parecer, su “pasado franquista” seguía pesando mucho para la élite de las letras. Pero este asunto apenas se toca en la exposición que estos días puede verse en la Biblioteca Nacional de España. Dividida en las cinco ciudades en las que el gallego pasó la mayor parte de su vida (Ferrol, Madrid, Pontevedra, Albany, Vigo y Salamanca), Gonzalo Torrente Ballester: la travesía de un creador pretende evidenciar cómo y en qué momento surgieron las diversas facetas en las que se desplegó la actividad intelectual y artística del muy miope y enjuto don Gonzalo. Obviamente la más conocida es la de escritor, pero también están la de profesor y estudioso de la Historia, la de ensayista, articulista de prensa, crítico literario y teatral, la de guionista cinematográfico o la de fotógrafo.

La verdad es que salí de la Biblioteca bastante insatisfecho porque el puñado de libros, documentos y objetos expuestos no ahonda en el “estigma” que acompañó a Torrente Ballester hasta su muerte. Por eso luego le pedí a su nieto, el también escritor Marcos Giralt Torrente (autor de Tiempo de vida, un retrato desgarrador de su padre) que me contara algo al respecto. Sus palabras salieron a trompicones: “Mi abuelo fue un cobarde y él lo asumía así. Después de la guerra civil no se quiso enfrentar al exilio y a perder sus enseres y optó por estar en el bando de los ganadores, creo que por oportunismo y cobardía. Eso me alejó de él cuando yo era adolescente. Luego lo fui leyendo y me di cuenta de que era un gran novelista”, me dijo por teléfono. “Yo destacaba siempre a José Bergamín por su postura ante la guerra, pero mi abuelo me decía: ‘No todo el mundo tiene que ser valiente. Yo tenía mujer, hijos… sentí el peligro y por eso ingresé en la Falange’. Bueno, tardé en comprenderlo pero creo que al final lo he logrado. Sobre todo porque me gustó darme cuenta de que él era completamente libre en sus libros y que, por lo menos ahí, era ajeno al nacionalcatolicismo que regía en España”.

AQ

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