La victoria del caos | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Ninguna película mejorará si se llena el cuadro de extras uniformados; de hacerlo lo único que se logrará es que la trama se enrede y se entienda menos.

La Guardia Nacional es desplegada en el metro de la Ciudad de México. (Foto: Ariana Pérez | MILENIO)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

En El hombre que fue jueves, la célebre novela de Gilbert K. Chesterton, dos poetas discuten sobre el metro: Gabriel Syme y Lucien Gregory, un “poeta de la ley” y un poeta anarquista. El primero comienza la discusión: “Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo.” “Y así es, en efecto”, responde Syme. “Le aseguro a usted (…) que cada vez que un tren llega a la estación, siento como si se hubiera abierto paso por entre baterías de asaltantes; siento que el hombre ha ganado una victoria más contra el caos. Dice usted desdeñosamente que, después de Sloane Square, tiene uno que llegar por fuerza a Victoria. Y yo le contesto que bien pudiera uno ir a parar a cualquier parte…” Esto en la traducción de Alfonso Reyes, por supuesto.

Desde que fue inaugurado en Londres en 1863 el sistema de trenes subterráneos cambió el espacio de las ciudades. Ni las catacumbas parisienses darían, quizá, esa sensación de que la ciudad se expande hacía los lados y hacia arriba, pero también hacia abajo: un abajo que no es de cloacas ni desagües sino un lugar legal, transitable y, en teoría, seguro. Así, desde que llegó la modernidad las almas destinadas al infierno tienen que pasar, sin duda, por una estación de metro y puede que algún pasajero convencido de que se dirige a la oficina termine en el Hades, como en muchas películas, novelas y cuentos, y hasta se tope con un monstruo.

Así nuestra ciudad, tan lejos del cielo a pesar de su altura y tan cerca del inframundo y los dioses aztecas. A últimas fechas, lo prodigioso ha sido que los vagones lleguen sin contratiempo a cualquier estación, una victoria contra el caos, como dice Syme. Con todo lo ocurrido en el metro en estas semanas, no he podido dejar de pensar en Chesterton y sus paradojas: los victimarios se han convertido en víctimas, las descomposturas por falta de mantenimiento han resultado ser amenazas de sabotaje y terrorismo. De Yaretzi, la chica fallecida en el accidente de hace unas semanas, estudiante de Artes Visuales en la UNAM, bien pocos se acuerdan; en cambio, tenemos a la Guardia Nacional vigilando los andenes. Que yo sepa, ninguna película mejorará si se llena el cuadro de extras uniformados, a menos que sea Cleopatra o algo así; de hacerlo lo único que se logrará es que la trama se enrede y se entienda menos.

Los anarquistas de Chesterton se llaman como los días de la semana, resguardan un subterráneo lleno de armamento y también son agentes de Scotland Yard. Y quienes han leído El hombre que fue jueves conocen el final: el poder que rige a ambos, anarquistas y policías tiene, como siempre, dos caras.

AQ

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