Como su “Última epopeya” ha calificado el Premio Nobel austriaco Peter Handke (1942) a su reciente novela La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país (Alianza, 2019).
En ella encontramos su ya conocido método en el cual la narración parece ser una caótica reunión de fragmentos; pero al mismo tiempo, como todo verdadero creador, Handke trasciende este recurso familiar y entra en una zona literaria superior.
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Antes de acercarnos a La ladrona de de fruta, recordemos primero algunos aspectos de su estilo.
Todo narrador elige motivos y situaciones para desarrollar su historia, pero como ha observado el ensayista y crítico italiano Elémire Zolla, al hablar de la relación entre el alquimista y el escritor, el genio de éste radica en que sus elecciones poseen una fuerza, digámoslo así, primordial que conmueva al lector.
Si Handke es un escritor difícil no se debe a que escriba abstracciones filosóficas, sino que pide un lector atento y paciente que sea capaz de seguir su orden.
En sus primeras y breves novelas — su fama se acentuó el día en que se le ocurrió mezclar ritos chamánicos, teatro y psicoanálisis en Carta breve para un largo adiós, El miedo del portero al penalty y El momento de la sensación verdadera, por mencionar algunas— esta exigencia es más evidente; la dificultad se acentúa por la aridez de su escritura que ralentiza extremadamente la narración.
Si podemos considerar a Handke un escritor “vanguardista” se debe a que, como lo hicieron algunos artistas de los años sesenta y setenta —artistas plásticos, músicos y cineastas—, su aspiración era expandir la percepción del público.
No deja de ser, asimismo, una especie de chamán. Entre las enseñanzas de don Juan, el personaje de Carlos Castaneda, él hacía ver a sus discípulos una hoja que parecía estar en lontananza, pero en realidad estaba cerca; el ejercicio se trataba de que no vieran esto conscientemente.
Los protagonistas de Handke actúan de manera semejante: en apariencia ven algo fijamente, pero el verdadero objeto de la visión se encuentra más allá. El lector que logre superar las pruebas que impone, al terminar el libro adquirirá una percepción más refinada.
En cuanto al motivo que concita el desarrollo de sus historias, en sus primeras novelas lo que se nos aparecen son personajes que están viviendo una ruptura y tienen que reconstruirse; podría decirse que lo que se rompe es su estabilidad pequeño-burguesa.
Su proceso de reconstrucción explica parcialmente el estilo fragmentario y caótico de las historias y la “errancia sin brújula”, expresión de Juan Villoro, de los protagonistas.
Retomando las novelas citadas anteriormente, en Carta breve para un largo adiós todo parte de una ruptura amorosa; en El miedo del portero al penalty, de haber sido despedido del trabajo; en El momento de la sensación verdadera, de un sueño en el cual el protagonista comete un asesinato. El título de esta última bien puede agrupar ese ciclo inicial.
Entremos ahora a La ladrona de fruta.
Como cuenta la traductora Anna Montané Forasté, se trata de una especie de continuación de La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos (2002); en ella la madre de la protagonista de La ladrona de fruta va en busca de su hija; ahora se invierten los papeles y la hija, Alexia, va en busca de su madre.
La errancia continúa siendo un leitmotiv en Handke pero, a diferencia de las obras citadas, ahora sí hay objetivo definido. En cuanto al motivo de la personalidad que se rompe, en La ladrona de fruta parece no haberlo; en realidad, la protagonista vive la ruptura permanentemente pues su sino es estar en movimiento.
La novela puede dividirse en dos partes.
En la primera, que ocupa casi una cuarta de la novela y donde prima el estilo del primer Handke, se presenta el narrador de la historia, quien dejará su tierra para ir en busca de la ladrona de fruta.
Con su habitual escritura morosa, Handke cuenta los preparativos de la partida e historias que le suceden al narrador, quien, como sus otros protagonistas, es un outsider, aunque la ladrona se niega a ser considerada una marginada.
De lo que le sucede al narrador destaca su encuentro con los 'sin techo', que le hace decir que antes no estaban en el Primer Mundo, lo que muestra la pauperización que ha padecido Europa en los años recientes.
El narrador va anunciando poco a poco la aparición de la ladrona, hasta que en cierto momento coincide con ella en el pueblo que le servirá a Alexia como punto de partida para ir en busca de su madre.
Inopinadamente, el narrador desaparecerá y quedará la ladrona.
Montané Forasté señala, en su nota que cierra el libro, que “Handke continúa explorando en La ladrona de fruta las posibilidades de una épica diferente, más cercana a las epopeyas medievales que a la escritura psicológica de la novela moderna, pero de ningún modo trata de restaurar una forma arcaica, más bien intenta contemporaneizarla”.
Veamos cómo lo hace: Alexia va en busca de su madre en la región francesa de Picardía, al Norte. “Aunque no le hiciese pensar ni en caballeros ni en castillos feudales, el nombre tenía, sobre todo cuando lo repetía en voz alta para sí misma, algo caballeresco, algo —¿cómo lo llamaban?— chevaleresque”.(Desde el principio se anuncia el carácter medieval de La ladrona de fruta, mediante una comentario insignificante: el narrador habla de que había leído una historia medieval en la que una joven, para afearse, se había cortado las dos manos.)
El aspecto medieval queda claro porque Alexia ve su búsqueda como una aventura y está preparada para ella.
Pero no se trataba de algo incierto como en las historias medievales antiguas: “La región, el país hacia donde tenía que ir, estaba esperándola. Allí la necesitaban, y era urgente”.
Para reforzar lo medieval todavía más, Handke pone como apertura a este Viaje de ida al interior del país las diversas etapas o jornadas por las que Alexia va a pasar. Y para que las dudas queden disipadas, además tendrá un escudero: un joven que en el tránsito de la primera a la segunda región se le une.
Escrituralmente, cuando Alexia se hace presente y el narrador queda en la sombra, el nuevo Handke domina.
La aridez de antaño desaparece y somos llevados por una escritura más alada, con historias donde lo real maravilloso se manifiesta, como la del anciano que les hace ver la milagrosa biología de la avellana.
Resumamos: La ladrona de fruta no sólo es la mejor novela de Handke y la summa de su obra, sino una de las mejores obras de la literatura universal de tiempos recientes en la que, además, nuevamente un autor masculino crea a una memorable heroína.
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