La publicación de Las cartas del boom (Alfaguara) es un evento crucial para los muchos miles lectores de alguno de los cuatro narradores latinoamericanos más importantes de nuestro tiempo. Las misivas que intercambiaron Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, están llenas de señales de afecto, comentarios críticos de sus libros, confidencias personales y declaraciones de admiración por las obras de los demás. Son las huellas de una autobiografía colectiva. En todo momento uno tiene la sensación de que todos ellos se buscaban para continuar una conversación urgente (solo llegarían a coincidir una vez). Mezcla de ensayos, diarios y propuestas a los demás, el libro nos hace añorar el perdido género epistolar.
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Gran parte de la correspondencia a lo largo de ese periodo (entre 1955 y 1975, pero especialmente en los años sesenta) se inicia cuando alguno de ellos está informando a los otros las ciudades en las que se están moviendo. Londres, México, Paris, Lima, Buenos Aires, y muchos otros destinos se barajan como lugares a los que van dirigidas las misivas. Todos reclaman siempre verse en persona para seguir hablando.
Carlos Fuentes aparece como un gran promotor de las actividades del grupo. Una prueba de ello es su empeño porque todos escriban sobre alguna figura política de la historia de sus países para formar un libro colectivo, con otros autores. Por su lado, Cortázar ejerce como un fino y preciso crítico literario de los libros de los otros. Sus comentarios a Aura (libro que adora), Cambio de piel, La ciudad y los perros, ofrecen observaciones valiosas y a la vez resultan crónicas de un lector.
A pesar de las diferencias entre los cuatro escritores, podemos decir que los unían dos rasgos comunes: la vocación por abarcar el universo y la tentación de consagrarlo mediante un lenguaje nuevo. Los cuatro eran conscientes de haber escrito novelas que cambiaban la idea de la literatura en Latinoamérica pero también sabían que había aparecido una generación de lectores. El área que ocupaban sus libros era no solo literaria sino también histórica y cultural. En una de las cartas Vargas Llosa afirma que en las novelas tradicionales el ser humano es devorado por la selva: en ninguna de ellas aparece el hombre “ambiguo, es decir el hombre real” (p. 93). Sabemos también por estas cartas que con frecuencia todos se mandaban sus manuscritos y que estos eran leídos y comentados por los demás. El libro nos ofrece las cartas previas a la aparición de Cien años de soledad, en mayo de 1967. Es evidente que García Márquez estaba totalmente seguro de haber escrito una gran obra, aunque no del éxito fulminante que tendría.
El libro incluye una serie de ensayos de todos ellos y muchas referencias bibliográficas con citas de entrevistas y declaraciones. Hay que felicitar por el trabajo de edición a Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos. Esta es una lectura adictiva: la humanidad de cuatro escritores que formaron nuestra educación sentimental.
AQ