En enero de 1955 la poeta suiza Edith Boissonnas (1904-1989), el poeta, pintor y viajero Henri Michaux (1889-1974) y el escritor, crítico y editor Jean Paulhan (1884-1968) acordaron algunas sesiones para probar la mescalina con estrictos fines de experimentación artística.
Esta experiencia resultó en una bitácora poética de Boissonnas, en un testimonio de Paulhan y en abundantes trazos mescalinianos y escritos de Michaux, como sus deslumbrantes Miserable milagro y El Infinito turbulento. Mescalina 55 (Cantamares, 2020) es un exhaustivo dossier que recupera este experimento, mediante los productos creativos, cartas e iconografía diversa.
Ciertamente, la relación de los artistas con los paraísos artificiales no era nueva, muchos habían recurrido a ellos para aliviar sus dolencias, desinhibirse, distinguirse socialmente o tratar de potenciar su inspiración y ya Thomas de Quincey y Charles Baudelaire por ejemplo, habían dejado lúcidos testimonios del trato con los estupefacientes. De hecho, sólo unos años después del experimento de Boissonnais, Michaux, Paulhan, en la década de los sesenta, las drogas se volverían un fenómeno casi masivo y, con cierto toque de cursilería, representarían la ilusión de una lengua universal y fraterna entre la juventud contracultural.
El rasgo distintivo de la exploración que se narra en Mescalina 55 radica en su voluntad de rigor, Boissonnas, Michaux y Paulhan no eran adictos, ni tampoco jóvenes ávidos de retar las convenciones, sino artistas ya maduros en busca de nuevos derroteros para su creación. Sus contactos para la ingesta de drogas no eran traficantes sino médicos, y su experimento apuntaba más que al festejo al laboratorio creativo.
Para los participantes del experimento, la lógica y la claridad de los estados alterados requería un auténtico ejercicio de probeta y, por eso, esta intoxicación conjunta se planteó con todo un protocolo. Destaca entonces la relación que planteaban entre despersonalización y responsabilidad, entre lucidez y delirio. Ciertamente, los tres estaban influidos por el auge de las ciencias sociales heterodoxas y por la apertura a las civilizaciones no occidentales; sin embargo, su intención no era cancelar el conocimiento, sino abrirle nuevas vías de la manera más rigurosa posible.
Las drogas implicaban otra forma de leer al mundo, alejada de la mirada convencional, pero no carente de control y precisión. Michaux fue quien más extensamente asimiló la experiencia extática y la fundió en una obra inclasificable y desafiante, que mezcla la inteligencia literaria, la intuición filosófica y sociológica, la exultación visionaria y el genio plástico. Sin embargo, más allá del peso y proyección de la experiencia de la intoxicación en la obra de cada uno, este libro ilustra una época ejemplar de búsqueda creativa, de efervescencia cultural y de exuberantes intercambios disciplinarios, siempre, sin embargo, abrigados por la sobriedad y la inteligencia.
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