Lecciones de lo imprevisible

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

La narrativa de Pedro F. Miret es inquietante; está ritmada por puntos suspensivos.

El escritor Pedro F. Miret. (Foto: Archivo de la familia Miret Schussheim)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Entre los narradores mexicanos que recuperan el espíritu de Kafka en sus relatos se encuentra Pedro F. Miret. Español de origen, arquitecto, escenógrafo, guionista y narrador de lo extraño, vivió en México desde 1939 hasta su fallecimiento en 1988. La narrativa de Miret, tan poco leído al punto de que es casi imposible conseguir sus libros sin pagar una fortuna, es muy inquietante; está ritmada siempre por unos puntos suspensivos que, a decir de José de la Colina, es posible que hayan sido los responsables de su reclusión perpetua en el cajón de los “raros”, esa manera de catalogar escritores que mezcla la admiración con la resignación porque serán muy poco leídos, mucho menos comprendidos.

Los personajes de Miret no amanecen convertidos en escarabajos, pero el azar de lo inmediato imprevisible, que el narrador sigue hasta en sus más mínimos movimientos como si fuera una cámara, los conduce a verdaderas pesadillas. El cuento “Incursión”, que viene en su libro Esta noche vienen rojos y azules, siempre me ha encantado: un hombre acaba de tomar un baño, mirando por la ventana descubre un nuevo anuncio luminoso que le llama la atención y para verlo bien sale por la escalera de servicio. La puerta se le cierra y no puede volver a entrar; así termina caminando desnudo por las azoteas de la ciudad sin poder regresar a su casa. O aquel cuento en el que un hombre entra al cine a ver una película y se le pide que dibuje a un león: de su destreza para el dibujo dependerá su vida.

El azar juega contra nuestras previsiones más sencillas, aquellas que escribimos en la agenda de la semana sin saber en qué se convertirán esa comida, la función de teatro, aquella cita médica, posibles puertas de lo extraño. Planes sencillos cuya trama se puede desviar por pequeñas cosas, como en el cuento de Miret, o por cambios impensables, como amanecer convertido en escarabajo y no poder ir a trabajar.

Desde la pandemia, los posibles escollos me asustan cada vez más: ¿será nuestra época tan contingente, o a fin de cuentas la vida humana siempre ha sido así, una gran agenda de piedra que se tacha constantemente? Extraño esa cotidianidad concentrada en su pequeñez, un orden de planes grandes o sencillos como ir a la peluquería sin el temor de que no se puedan cumplir; la tragedia y el destino ciego deben ser lo excepcional. A diferencia de los griegos, nuestra humanidad posmoderna no busca evadir su destino trágico como Edipo, sino ir a entregar sus muestras de tela, bañarse o mirar un anuncio.

Quizá el personaje de Miret sigue vagando por las azoteas, ya enredado en las sábanas de los tendederos. O quizá, sin darnos cuenta, quedamos cada día más desnudos.

AQ

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