En uno de los dieciocho relatos que componen Leer en los aviones (ERA), justo a la mitad del camino, Ana García Bergua ofrece una de las claves para iluminar nuestra lectura. El relato se titula “Don de lenguas” y es un homenaje —¿una brillante falsificación?— de aquellos universos creados por Italo Calvino en Las ciudades invisibles.
- Te recomendamos Seis libros que recomendamos esta semana Laberinto
Tenemos entonces al pastiche haciendo de las suyas. ¿Hay más? Muchísimo, en poco más de un centenar de páginas. Tenemos a la ironía con aliento dosificado, al llamado a la aventura no siempre bien retribuido, a la contención estilística como imperativo moral, a la perseverancia de algunos amores para ser obcecadamente ridículos, al gesto solidario hacia unos personajes que pocas veces pueden salir enteros del atolladero en el que se metieron. Pero sobre todo está la propensión al viaje como fatalidad, fuga o goce pasajero.
Hay, por supuesto, lugar para los aviones, que, en el caso del protagonista del relato inaugural, “Crimen y castigo”, son una suerte de afrodisiaco que potencia su afición a la lectura, y, en el de la mujer a quien observamos en “Ladridos”, toman la forma de una selva donde el perro chihuahua que lleva consigo está en riesgo de extraviarse. Y hay también lugar para ferrocarriles, barcos, autobuses, camiones de mudanzas, patines, y, ah, sus eternos cómplices y templos privilegiados del anonimato: los cuartos de hotel, tan sofisticados como piojosos.
Así que Leer en los aviones, además de una explosión de inteligencia humorística y satírica, es una invitación al viaje de muy diversas maneras. Como sostiene ese obseso que sueña con subirse al Concorde: “Tú no digas nada, que ya está hecho”. Podrían ser las mismas palabras que pronuncie Ana García Bergua una vez que abrimos su libro, o algo así: no me digas que tienes algo mejor qué hacer que acomodarte en mi confortable avión.
Una visión ligera y a la vez cruda puebla a cada relato, y sus protagonistas absorben tensiones, frustraciones y apetencias como si fueran pararrayos bajo un cielo encapotado. Cuanto más se afanan en cumplir lo que llaman su destino, tanto más indefensos y exiguos aparecen a nuestros ojos. Al final sus carreras hacia donde no creen pertenecer quedan en un remedo. Y entonces, sabedores de nuestras debilidades, sonreímos por solidaridad hacia nosotros mismos.
Leer en los aviones
Ana García Bergua | Era | México | 2021
AQ