Leer | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

"La cultura como agresión de clase en lugar de anhelo humanizador: cuántas resonancias provoca hoy esta imagen, cuando pareciera que la alta cultura irrita".

Sandrine Bonnaire e Isabelle Huppert en ‘La ceremonia’. (Centre National du Cinéma et de l'Image Animée)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

La novela en que se basa la película que vio —La ceremonia de Claude Chabrol— tiene un comienzo fantástico: “Eunice Parchman mató a la familia Coverdale porque no sabía leer ni escribir". Se trata de Un juicio de piedra, de la autora policiaca inglesa Ruth Rendell, y no la ha podido conseguir en español.

La trama es dura y sobrecogedora: una criada —en la película se llama Sophie Bonhomme— entra a trabajar a una mansión muy grande, hermosa, a las afueras de un pueblo, y con toda clase de argucias disimula que es analfabeta. Hay en esa carencia una vergüenza y a la vez un misterio de rencor, pues nunca busca solventarla. Une este resentimiento al de su amiga Jeanne, que trabaja en el correo, y ésta la manipula hacia el desenlace. El espectador siente su júbilo por destruir y el horror, todo junto: la pared que representa aquel analfabetismo en una sociedad donde la cultura es prestigiosa, que tan bien refleja un director francés como Chabrol y quizá en la novela inglesa se circunscribe a un tema de corte religioso. La cultura de aquella familia de fabricantes de sardinas de apellido Lelievre (las hermanas Papin, en las que se inspiran libro y película mataron y colgaron como liebres a sus patronas en 1933) irrita más a las dos jóvenes outsiders y, sí, perturbadas: el padre escucha música clásica, tienen una gran biblioteca, la hija es marxista-caviar y al descubrir el secreto de Sophie le resta importancia y le ofrece enseñarle a leer, cosa que la irrita más y la impulsa a amenazarla.

La cultura como agresión de clase en lugar de anhelo humanizador: cuántas resonancias le provoca esta imagen en nuestros días, cuando pareciera que la llamada alta cultura irrita: se critica el premio Princesa de Asturias a la FIL, se acaba con las editoriales pequeñas, la política editorial del Estado tiene un tufo a venganza, todo en nombre de algo en apariencia superior. Sin ser, claro, analfabetas o un poco psicópatas como Sophie y Jeanne.

Su amiga querida V. le cuenta sobre el dios Odín que para leer las runas se colgó nueve noches del árbol y le dio su ojo izquierdo al gigante Mimir a cambio de sus secretos. Como Prometeo el fuego, se sacrificó por darle el saber a los hombres. Y la lectura.

A ella le cuesta entender: sólo piensa que, si el destino le hubiera deparado ser la criada en una casa con gran biblioteca, haría muy mal su trabajo. Limpiaría muy a la rápida, usaría una olla exprés, escondería el polvo bajo la alfombra tan sólo para terminar lo antes posible y encerrarse a leer los libros que habría robado con toda la astucia posible. Sophie, a quien ese mundo excluye y agrede, es meticulosa y perfecta, limpia y cocina de maravilla.

AQ | ÁSS

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