'Los libertadores toman café': personajes que parecen estatuas parlantes

Libros | A fuego lento

El libro de José Manuel Villalpando destaca por la atención a los detalles y una celosa investigación, pero sus personajes parecen estatuas parlantes.

Portada de 'Los libertadores toman café', de José Manuel Villalpando. (Cortesía: Grijalbo)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Con formato de guion teatral, Los libertadores toman café (Grijalbo) recrea el encuentro que Agustín de Iturbide y José de San Martín sostuvieron en el Royal Coffee de Regent Street, en Londres, el 10 de mayo de 1824. El primero estaba por volver a México para reinstaurar la monarquía; el segundo se había resignado a vivir lejos del Perú. Se habían quedado sin dinero y hallaban consuelo en sus triunfos pasados.

Como lección de historia, la novela de José Manuel Villalpando tiene el mérito de la atención por los detalles y una celosa investigación. La lucha entre los ideales republicanos y la nostalgia monárquica está suficientemente representada, lo mismo que Simón Bolívar, quien conspira desde las sombras. No falta asimismo la minucia biográfica y cierto color geográfico. Es decir: el propósito de divulgación podría dejar satisfecha a una clase aplicada de universitarios.

La pretensión novelesca es otra cosa. Por el prurito de la veracidad, Villalpando hace hablar a sus personajes con la pompa de quienes ya se creían figuras de la historia americana. Y qué ocurre: parecen estatuas parlantes, con la frente en alto, montando su caballo y dirigiéndose a un público que debería escucharlos conteniendo el aliento. El efecto es el mismo que provocaría el discurso de un político pueblerino frente a sus partidarios: demasiado algodón caramelizado saliendo de su boca. Por ejemplo: “Es sabido que usted participó denonadamente en la famosa batalla de Bailén”; “no de nada se llega a primer jefe de un ejército y a Libertador de una patria”; “¡si es necesario mi sacrificio, así será porque amo la patria donde he nacido y dejaré a mis hijos un glorioso nombre sacrificándome por ella!”.

Imaginar el pasado, concebir una realidad posible siguiendo la lógica de los hechos, es una de las muchas tentaciones a las que se entrega la literatura. Pensemos tan sólo en el Santa Anna de Enrique Serna y en los conspiradores independentistas de Jorge Ibargüengoitia. Gracias a ellos, sabemos que la iluminación de la historia se vuelve a una vez un acto de fidelidad y una traición. Para eso, y aunque parezca una obviedad, no es necesario el celo del historiador sino la inteligencia desconfiada del novelista.

Los libertadores toman café

José Manuel Villalpando | Grijalbo | México | 2020

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