Libros alegres: la dicha no es antiliteraria

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Aunque las tendencias de la modernidad (y las editoriales) privilegien las tramas atormentadas llenas de tribulaciones, la felicidad posee una rica tradición literaria.

Félix Vallotton, "Una mujer leyendo", 1922. (Wikimedia Commons)
Armando González Torres
Ciudad de México /

La literatura abarca toda la gama de emociones humanas; sin embargo, desde hace mucho tiempo, se privilegian los sentimientos negativos como la alienación, el aislamiento, el tedio o la depresión. Desde luego, no puede hablarse, sin caer en reduccionismos, de una división tajante entre literatura triste y alegre, depresiva u optimista. De cualquier manera, es innegable que hay un sesgo en el gusto y el prestigio moderno hacia lo oscuro y tormentoso, pues se supone que este tipo de emociones resultan más acordes con el malestar de la cultura contemporánea. De hecho, la efigie oficial del escritor moderno tiene grabado el rostro angustiado y el gesto misantrópico, ya que el descontento existencial se concibe como una alerta frente a las manipulaciones sociales en torno a la felicidad y la realización personal.

El mercado editorial actual favorece géneros autorreferentes que tienden a magnificar las propias tribulaciones y agonías y que utilizan el pesimismo y el victimismo como un medio para captar la atención y, a veces, la compasión del público. Así, el aspirante a escritor enfrenta un panorama que le hace pensar que lo único que le dará valor a su escritura es su grado de crudeza y desesperación personal.

Sin embargo, también existen los libros alegres. Los libros de esta índole no eluden la tensión, el conflicto o el sufrimiento, pero tampoco se quedan sumergidos en ello y la alegría o la epifanía surgen, a menudo, después de conocer íntimamente la pesadumbre y el tormento. La comedia, la novela risueña, la poesía extática, por ejemplo, reproducen la diversidad del sentimiento humano y, a la vez, dejan una vívida sensación de bienestar.

Existe una nutrida genealogía de autores partidarios de ciertas formas de optimismo, celebración de la vida y conexión con el mundo y la naturaleza. La poesía vitalista y sonriente de Safo a Wisława Szymborska pasando por Walt Whitman y Marin Sorescu. El humor clarividente que viene desde Aristófanes y Luciano hasta Evelyn Waugh o Jorge Ibargüengoitia pasando por Rabelais, Cervantes y Sterne. El ensayo curativo que abarca desde Montaigne hasta Bertrand Russell pasando por Emile Chartier (Alain).

La aspiración a la dicha no es antiliteraria, ni se reduce a la cursilería del aficionado o a la marrullería del maquilador de best sellers. De hecho, escribir sobre la dicha exige una serie de recursos literarios bastante más diversos y complejos que los de la lágrima fácil. Por lo demás, las experiencias literarias de comunión, gratitud y alegría constituyen reservas emocionales para enfrentar las desazones cotidianas. Por supuesto, esta consideración sobre la masificación de la chillonería no incumbe a los grandes y auténticos pesimistas que fundan la imaginación moderna, ni quiere prescribir una literatura meramente edificante: la clínica literaria acepta distintos remedios y algunos tónicos pueden ser amargos, otros pueden ser dulces y, los más comunes y reconstituyentes, son agridulces.

​AQ

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