En uno de los trece cuentos reunidos en Mínimas despedidas (Dharma Books), Lorea Canales ofrece el siguiente argumento: una abogada sin vida amorosa cultiva el deseo obsesivo de conocer a su padre, quien sostuvo un romance adúltero con su madre y se esfumó una vez que la supo embarazada; por intervención del azar, ese padre ausente acude a su despacho para saldar un contratiempo judicial. Y eso es todo. Silencio y un paso atrás.
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El cuento, “Esperanza”, funciona muy bien para ilustrar la vocación de Mínimas despedidas. Se trata, como en un seminario dirigido a mujeres con agravios de toda clase, de exponer un número determinado de situaciones ejemplares. Frente a nosotros desfilan una madre que recuerda cómo perdió la virginidad, una neoyorquina que sufre amnesia y no acaba de comprender por qué su marido tiene un control absoluto sobre sus movimientos, una mujer programada por su entorno para la única tarea de procrear, una muchachita observando las costumbres relajadas de los miembros de un club de golf… En tiempos decimonónicos, se habría dicho que son cuadros de costumbres con sus tipos sociales, su habla particular, sus atmósferas taxonómicas. No son obra de la inventiva sino de un ojo que procede como la lente de una cámara.
Uno desearía que la observación fuera capaz de superar la denuncia. De acuerdo: muchas mujeres padecen el poder patriarcal, muchas mujeres viven con la cabeza enmohecida por el cochambre de la insatisfacción sexual, los pañales y la cocina. Cuando se trata del cuento o la novela, la pregunta es cómo actuar literariamente —y no desde la tribuna feminista que llama a combatir el sexismo y el racismo— frente a tal estado de cosas. Empoderarse es un terminajo que debería relegarse a la arenga civil y política.
Mínimas despedidas procura los escenarios deslumbrantes: Nueva York, Boston, Las Lomas, los altos enclaves de Monterrey. La voz narrativa, sin embargo, no parece conocerlos a fondo. ¿En verdad sus habitantes son tan descoloridos, tan… carentes de gracia? Hay un no sé qué de anacrónico y vagamente receloso en esos acercamientos superficiales a un estilo de vida con gran poder adquisitivo que al final no podemos dejar de pensar en la suerte ingrata de quien puso un pie en la mansión de Hugh Hefner y concluyó que el dinero vuelve a la gente esnob y silvestre.
Mínimas despedidas
Lorea Canales | Dharma Books | México | 2020
SVS | ÁSS