En el relato de la narrativa mexicana escrita por mujeres durante la última década, observamos más desencuentros que afinidades, más islas que continentes estéticos o ideológicos. No hay, por fortuna, un programa. ¿Qué tienen en común, por ejemplo, Anticitera (2018) y Temporada de huracanes (2017)? Allá, Aura García-Junco imagina un mecanismo capaz de alterar el orden del universo; acá, Fernanda Melchor trata por igual a víctimas y victimarios, hijos derrotados de la indigencia moral. Si algo comparten, y con eso basta, es una visión literaria de la realidad.
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Si algo deja la lectura de cuentistas y novelistas es una impresión de algarabía. Concurren voces tan distintas que resulta un despropósito hablar de una orden. Hallamos, por supuesto y por desgracia, expresiones en las que descuella un sentimiento gregario. Hablo de la novela histórica, cuyas representantes se han dado a la tarea de reivindicar a figuras femeninas a quienes los discursos tradicionales han asignado un papel de comparsas. Heroínas, artistas, rebeldes y luchadoras sociales dejan las sombras para ocupar el centro del escenario, aunque irremediablemente de la mano de esa clase de estilo que sólo pueden comerciar los talleres de escritura creativa.
En ese relato se imponen la geografía del deseo de Ana Clavel y los monstruos familiares de Liliana Blum, los temores arcaicos a los que Bibiana Camacho hace volver cada noche y el tránsito de la inocencia a la crueldad delincuencial de la primera novela de Orfa Alarcón, los encuentros con la muerte en los cuentos de Claudina Domingo y la cotidianidad descolocada de Karen Chacek, las enormes preguntas con las que Brenda Lozano interroga a las pequeñas cosas… No quiero componer una lista; quiero tan solo adelantar una mínima cartografía personal en la que la buena literatura sea lo único reconocible.
Descubrimos que en amplias zonas de la narrativa mexicana escrita por mujeres en la última década La Mujer no ocupa obligadamente el centro del mundo. Falsa liebre (2013), la primera novela de Fernanda Melchor, fija su mirada en un par de niños que sobreviven prostituyéndose en los baños públicos del Centro Histórico de la Ciudad de México. Campeón gabacho, con la que Aura Xilonen obtuvo el Premio Mauricio Achar en 2015, concentra sus virtudes en un pícaro que se gana la vida como peleador callejero.
Cuando La Mujer ha sido el dogma y el credo narrativo el resultado ha sido una lamentable sucesión de historias sobre la sexualidad marchita; las tías solteronas; los olores y sabores de la cocina; la sumisión al general o político o narcotraficante; el reencuentro con quienes alegraron la juventud; el ruido de los nietos corriendo bajo la lluvia; historias de corte y confección aptas para aburridas amas de casa, lejos, muy lejos, de un atisbo a la condición humana. El lugar de la denuncia o el activismo está lejos de la literatura: quizá en un manifiesto, en un programa social o, de perdida, en un desplegado.
ÁSS