Hace 40 años, Lolita, la primogénita de Lola Flores y Antonio González “El Pescaílla”, anunció su boda en un programa de televisión de máxima audiencia. Dijo el día, la hora, el lugar y añadió: “estáis todos invitados”. La gente le tomó la palabra y la fecha señalada acudió en masa a la Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación de Marbella (Málaga), epicentro turístico de la jet set en la Costa del Sol. Era el 25 de agosto de 1983, plena canícula peninsular, pero la iglesia, la plaza y algunas calles aledañas estaban repletas (la policía calculó que había unas cinco mil personas), con la esperanza de ver a todo el artisteo folclórico nacional que estaba ahí presente. Cuando la novia llegó, le fue imposible avanzar hasta el altar. Entonces Lola Flores (“la Lola de España, la Torbellino de colores”), agobiada, irritada, nerviosa, con la cara desencajada, arengó a la multitud: “¡si me queréis, irse!”
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Nadie se iba y “La Faraona” insistió para echar al gentío: “habéis llenado todo y mi hija no puede casarse. ¡Si me queréis, marcharse!” No le hicieron caso y, a trompicones, la pareja nupcial, sus padres y padrinos, lograron entrar a la sacristía, el único sitio que tenía puerta con llave. En ese pequeño habitáculo, el sacerdote los casó a toda prisa. Los invitados famosos (descompuestos, despeinados y sudorosos) huyeron de la marabunta por la puerta trasera del templo y no hubo la tradicional lluvia de arroz para los novios. Cuatro décadas después de aquella jornada rocambolesca, en el año del centenario de la cantante, actriz y bailaora, la muy solemne Biblioteca Nacional de España (BNE) le ha dado la vuelta a la mítica frase de Lola para titular una magna exposición dedicada a uno de los iconos artísticos, culturales, sociales y sentimentales más importantes de la historia patria: Si me queréis, ¡venirse! Y desde hace unos días, cómo no, la gente va a ver la muestra y, de paso, a ser testigos de la comunión entre la alta y la (mal llamada) baja cultura en esta rancia y fundamental institución.
Ya perdí la cuenta de las veces que he hablado en este espacio de Lola Flores. Pero permítanme incurrir en ello otra vez porque el acontecimiento lo merece. ¿Quién, si no ella, representa a nivel mundial a la España Cañí que tanto nos gusta? ¿Quién, si no ella, popularizó a nivel mundial el cante jondo, sacándolo de las humildes tabernas para llevarlo a los grandes escenarios de este planeta (una labor sólo equiparable a la que hizo Concha Piquer con la copla)? Yo ya era fan de Lola antes de vivir en este país, así que comprenderán mi excitación cada que ocurre algo que la pone en la palestra y reafirma su vigencia. Como dijo el Times, ella “no baila, no canta, pero no se la pierdan”. Bueno, no sólo no era una gran bailaora y cantaora, tampoco era una gran actriz, pero su fuerte presencia, su personalidad tan explosiva como espontánea (con la que protagonizó una ristra de hilarantes anécdotas) y su trayectoria, paralela a cada etapa histórica del siglo XX español, merece toda admiración e interés.
Me fascina que Lola haya llegado, a sus 100 años, a una de las instituciones culturales de mayor rango en España. Porque con ello se consolida la idea de que ha pasado el filtro del tiempo para quedarse definitivamente entre nosotros. Por si fuera poco, durante estos días se está llevando a cabo un congreso académico en torno a su centenaria figura en la Universidad de Cádiz. La exposición de la BNE está dividida en cinco secciones, en las que se hace énfasis en las diversas etapas vitales y profesionales que atravesó la artista, las cuales quedan reflejadas en los documentos y testimonios que se conservan en la institución madrileña (cancioneros, partituras, registros sonoros, carteles, programas de mano, fotografías, materiales audiovisuales…) con el fin de evocar su incursión en el teatro, la copla, el baile, el cine, el tablao flamenco, la prensa y la televisión.
“Ahí tenéis a mi madre. Pa que la veáis y pa que la sintáis”, dijo el otro día la cantante Rosario sobre su pionera, transgresora, heterodoxa y controvertida madre. En efecto, ahí está Lola, al lado de los incunables y los archivos de indias, en una sustanciosa y gozosa exposición, con su arrolladora personalidad, su técnica artística imperfecta y su transmisión letal, elementos a los que no dejan de recurrir los cantantes contemporáneos, desde Miguel Poveda hasta la global Rosalía.
AQ