Una tarde de hace 30 años, Lola Flores llevaba un buen rato apostando “unas pesetillas” en el casino, cuando de pronto se dio cuenta de que se le había acabado el dinero en efectivo. Con ella estaba Juanito El Golosina, su inseparable asistente, encargado de tenerle listo el vestuario, el maquillaje, los boletos de avión y de tren “y todo lo que se ofreciera”, y se le hizo fácil mandarlo al cajero automático de la esquina por unos billetes para poder seguir jugando al Bingo. Su confianza en él era total, así que le entregó su tarjeta bancaria y le dijo la clave.
Juanito fue, introdujo el plástico en la máquina, tecleó el número y en la pantalla apareció en letras mayúsculas la palabra “error”. Desconcertado, probó otra vez y de nuevo sintió el escupitajo electrónico: “error”. Al tercer intento ocurrió lo mismo pero, además, el cajero se tragó la tarjeta. A Juanito El Golosina se le amargó el rostro y, mientras regresaba a la mesa de su jefa-amiga, pensó para sus adentros: “Vargame el Señó, voy sin dinero y sin tarjeta. ¡Que Lola me mata, no lo sabré yo!” y, compungido, le contó a la artista lo que acaba de pasarle. “¡Oy oy oy oy, Juanito! ¿Tú no te me habrás echao a perder, no? ¡Que esa es la clave, niño!”, le espetó Lola con ojos luciferinos pero, por si acaso, buscó en su enorme y elegante bolso de piel (“mi trabajito me ha costado”) el papel donde tenía apuntada la dichosa clave.
Lola, a la vista estaba, se había equivocado. “Uy, pues un número está mal, sí. Pero hay que joderse con los bancos: ¡por un número, nomás por uno, no te dan dinero!” Entonces, con los ojos enervados recogió sus cosas, se dispuso a salir del lugar y con su santa boca sentenció: “¿Pues sabes lo que te digo, Juanito de mi arma? Que mañana por la mañana me voy al banco, saco todo mi dinero, lo meto en un calcetín y lo traigo aquí en el bolso cargando. ¡Que eso nunca falla, coño!”
Lola Flores decía que era una marciana porque hacía cosas como esas. Cosas que, francamente, “no eran de alguien de este mundo” o, por lo menos, “de este mundo moderno”. Pero lo cierto es que una multitud se identificaba con ella y, en consecuencia, no le fue difícil integrarse a un conglomerado de personajes que, a su vez, dieron forma al mínimo común denominador cultural de España. Lola —el barroquismo irresistible, la fiebre del arte— representaba, consciente o no de ello, aquella España irracional, feroz y fuera de toda norma que su impostura gitana y flamenca interpretaba con tanta convicción artística. Y todo indica que la única manera de gestionar ese pasado es fetichizándolo. Por eso ahora, con ayuda de la tecnología, han revivido a Lola Flores.
En estos días apocalípticos uno enciende la tele en España y de repente irrumpe la histórica Faraona en un anuncio de la cerveza Cruzcampo. Resucitada a golpe de algoritmos, el llamado deepfake (la superposición del rostro de Lola sobre una modelo, gracias a la Inteligencia Artificial), le habla a una “niñata moderna” del poderío del acento andalú y todo acaba con un buen buche de la bebida en cuestión. La campaña publicitaria escala cada vez más rápido los peldaños del éxito, en Jerez de la Frontera (tierra natal de Lola) han apresurado la construcción de un museo en honor de la intérprete de La Zarzamora pero, sobre todo, se han desatado las explicaciones de la sociedad a través de personajes de la cultura popular como ella.
Siempre me ha llamado la atención que, a diferencia del mundo anglosajón, en los países hispanohablantes la cultura popular sea considerada en primera (y casi única) instancia un mero entretenimiento y no se le reconozca como una seña de identidad. ¿Por peligroso que sea, acaso no es el Patrimonio Emocional de una nación (o de toda una región) lo que mueve a la masa de individuos viscerales que somos? ¿No son la música, el cine y la televisión (sus historias y personajes) lo que constituye la nostalgia que nos une? Y en este caso, ¿qué dice más de España: los sesudos artículos de análisis político o sus revistas del corazón? Sumergirme en la cultura popular me ha ayudado a darle sentido a esta sociedad, llena de narrativas, imágenes y referentes variopintos, pues a través de ella la percibo, sin complejos, más emocional que intelectual. Y, a riesgo de parecer reduccionista o superficial, la veo reflejada con nitidez en personajes como Lola Flores que, ya lo ven, a pesar de todo ha sobrevivido a sí misma.
AQ