Al presidente que quiso llevar a México al Primer Mundo le encantaba comer nopales y frijoles. Él mismo lo dijo una y otra vez a lo largo de su sexenio. De hecho, recuerdo que el día de su último informe de gobierno, Jacobo Zabludovsky subrayó ese particular gusto del hombre que terminaría siendo “el chupacabras” y “el culpable de todos los males que aquejan a la Nación”. Dijo el fallecido locutor: “antes de salir de la residencia oficial de Los Pinos rumbo al Congreso de la Unión, el Señor Presidente de la República, licenciado Carlos Salinas de Gortari, compartió con su señora esposa, y sus apreciados hijos, una mexicanísima y deliciosa dotación de nopales y frijoles, la comida que más disfruta el político empeñado en modernizar a nuestro país durante los últimos años”.
Ya se había levantado el EZLN en Chiapas, ya habían matado a Colosio en Tijuana, y todo empeoraba aquel fatídico año de 1994, pero el Señor Presidente no dejaba de alimentar su optimismo con nopales y frijoles. Aquel día, frente a la tele, también recuerdo la risa y la incredulidad de mi padre: “¿tú crees que ese pinche pelón va a comer lo mismo que nosotros? ¡Ya ni la amuela el Jacobo!” Bueno, ¿por qué no?, decía yo. Años después me enteré que Luis Echeverría, orgulloso y pletórico, le había dado agua de jamaica a la mismísima reina de Inglaterra. ¿Y por qué no?
¿Los gustos culinarios pueden influir en las decisiones de los poderosos? Pienso en ello ahora que, en medio de una abrasiva y terrible ola de calor, acabo de leer Cómo alimentar a un dictador (Oberon) del periodista polaco Witold Szabłowski. Se trata de una crónica política y un relato gastronómico centrado en cinco grandes déspotas del siglo XX. A través de los cocineros que durante años les prepararon la comida en sus palacios, uno de los grandes exponentes de la actual Escuela Polaca del Reportaje perfila aspectos poco conocidos de Sadam Husein, Pol Pot, Idi Amin, Enver Hoxha y Fidel Castro. “Fue muy complicado encontrar a estos chefs y convencerles para que hablaran. Si todos cocinaron para tiranos, y sobrevivieron, fue porque supieron tener la boca cerrada durante mucho tiempo. Pero, al final, se revelaron como magníficos contadores de historias”, puntualiza Szabłowski.
Según Abu Ali, capitán de los fogones de Sadam Husein, el líder iraquí quedó deslumbrado el día que le hizo un pastel de cumpleaños que recreaba la antigua Mesopotamia y medía tres metros de alto. Pero si un día estaba de mal humor, y le parecía que lo que había cocinado era demasiado y tenía muchos ingredientes, le descontaba una buena parte de su sueldo. “Días después le hacía, por ejemplo, unas lentejas, él quedaba encantado, pedía que le sirvieran más y ordenaba que me aumentaran el sueldo. Así era Sadam”, apostilla Abu Ali.
Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, que exterminó al 25% por ciento de la población de Camboya, “era muy exigente con la ensalada de papaya. Le gustaba al estilo tailandés, con cangrejo seco, pasta de pescado y cacahuates”, recuerda su cocinera que, ya puesta, confiesa que se enamoró, “en secreto”, de él porque “soñaba con un mundo donde nadie pasara hambre”. El día que el ugandés Idi Amin se convenció de que su cocinero hacía “verdaderas delicias occidentales”, le triplicó el sueldo y le regaló un Mercedes Benz. ¿Es verdad que le gustaba comer carne humana? “¡Para nada!”, responde quien fuera su cocinero. “Lo que sí es verdad es que alimentaba a los cocodrilos con trozos de gente a la que asesinaba.”
Erasmo Hernández, el chef de Fidel Castro, cuenta que el platillo favorito del comandante era la sopa de verduras y que le encantaban los helados. Eso sí, “en la guerrilla, Fidel se había acostumbrado a comer a cualquier hora y no había manera de planificar nada con él. Había que estar a su disposición”. El albanés Enver Hoxha tenía que seguir una rigurosa dieta porque había sufrido un infarto y era diabético. Además, su cocinero buscaba la manera de influir en su estado de ánimo: “muchas veces mitigó los instintos asesinos del tirano con su destreza gastronómica y así salvó varias vidas y recondujo algunas de sus acciones de gobierno”, subraya Witold Szabłowski.
Quién sabe si en realidad Carlos Salinas de Gortari prefería los nopales y los frijoles. A lo mejor sí. Y… ¿eso tuvo que ver algo en cómo le fue a México?
AQ