En la Nueva España circulaba la malintencionada conseja de que existían más poetas que estiércol. Razón había para expresarlo y lamentarse. Hoy podríamos decir que hay más autores de thrillers policiacos que analfabetas funcionales en las redes sociales. Uno de sus productos más recientes, La senda del mexica (Planeta), ocurre sorpresivamente en Tenochtitlan, en los años próximos a su caída. El crimen de una doncella destinada al sacrificio en honor de Huitzilopochtli convoca a un viejo guerrero —y gran bebedor de pulque— para que resuelva el caso y restituya el orden cósmico antes de que el dios deje caer su ira sobre el imperio.
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Las pesquisas de Opochtli se transforman muy pronto en un pretexto para registrar los usos y costumbres rituales, sociales, gastronómicos y políticos de Tenochtitlan. De este modo, no sin dejar de echar mano de algunos trucos pedagógicos, el aliento narrativo acaba siendo consumido por las intenciones antropológicas. La recreación de Tenochtitlan es colorida y minuciosa, la conducta de sus gentes responde al menos a un afán de verosimilitud, pero no es posible evitar la sensación de que Joaquín Guerrero Casasola trata al lector como si fuera un turista que se aventura por una ciudad desconocida con la ingenuidad a flor de piel. Para quién si no para turistas son las dilatadas descripciones del panteón religioso y las prescindibles notas al pie de página o las descripciones explicativas sobre un sinfín de objetos y lugares. ¿O es que de plano ya no sabemos qué representaba Quetzalcóatl o cómo se prepara un plato de huauzontles?
Disfruté el ritmo de las frases de La senda del mexica, su musicalidad, su sentido de la precisión y su buena mano para dibujar con claroscuros a su enternecedor protagonista pero eché de menos la tensión que suele acompañar al thriller policiaco. Le falta veneno, y en grandes cantidades —no sangre y vulgaridad prodigadas como en temporada de ofertas, al modo de la mayoría de los exponentes del género en nuestros días—. Y es que la visión de aquellos años últimos del imperio azteca son condenadamente edénicos (hasta la esclavitud tiene un aura orgullosa), con su pueblo sabio y sus cielos y aguas transparentes.
No hay que ser muy avispado para reconocer que La senda del mexica fue ideada para revalorar el pasado indígena ahora que se cumplen 500 años del encuentro de Cortés y Moctezuma. Muy bien. Pero más que idealizar, un novelista tiene la obligación de sacudir el avispero.
La senda del mexica, Joaquín Guerrero Casasola, Planeta. México, 2019
LVC