Durante la época de la Ilustración, se pensó en la posibilidad de la extinción de la ignorancia y el florecimiento generalizado del conocimiento. Sin embargo, pese a la acumulación de conocimientos, el individuo medio actual no sabe mucho más que sus ancestros y muchas decisiones cruciales, individuales y colectivas, se toman desde el desconocimiento y la incompetencia. De hecho, a diferencia del pasado, muchas de las personalidades globales más poderosas e influyentes (políticos, empresarios, celebridades) se ufanan de repudiar el saber y ejercen un peligroso voluntarismo, teñido de pensamiento mágico. Lo cierto es que los conocimientos y las ignorancias cambian a lo largo del tiempo y mientras unos desaparecen otro se reciclan, dando lugar a una danza de descubrimientos y olvidos, avances y retrocesos.
Como sugiere Peter Burke en Ignorancia. Una historia global, la ignorancia es un rasgo de la condición humana, que enfrenta numerosas carencias de conocimiento, fallas de percepción, errores de interpretación, resistencias y prejuicios. A nivel individual y social la ignorancia suele tener costos catastróficos; no obstante, la ignorancia más lesiva es aquella que ignora que ignora o que se complace en ignorar.
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Muchas ignorancias legitiman la violencia, la injusticia o la explotación y tienden a ser perpetuadas desde el poder, lo que las emparienta con los peores autoritarismos y dictaduras. La ignorancia entonces no consiste sólo en la ausencia de conocimientos, sino, a menudo, en un estado de exaltación, confusión o soberbia que impide aceptar hechos y evidencias incómodos.
En la actualidad, en buena parte del mundo la ignorancia patrocina cosmovisiones maniqueas, credulidad en soluciones simplistas, adicción a figuras mesiánicas y un ánimo social de polarización y encono. Estos fenómenos no se contrarrestan del todo ni con la difusión de información, ni con el progreso científico y tecnológico. Si en el pasado se adolecía de información; actualmente el exceso de información dificulta su selección y asimilación y facilita su manipulación.
El avance de la especialización también es un arma de doble filo, pues si bien permite profundizar en algunos campos, limita la conexión entre disciplinas y estrecha la visión. Salir de uno mismo, interesarse por los conocimientos y puntos de vista ajenos, ayuda a evaluar la magnitud de nuestras ignorancias y prevenir algunos de sus peligros. De hecho, la ignorancia consciente constituye uno de los principales motores del desarrollo cognoscitivo y no en balde, algunos de los mayores héroes intelectuales de Occidente, como Sócrates o Montaigne, parten de la admisión de su ignorancia. En suma, el libro de Burke advierte que el remedio a la ignorancia no reside en acumular más conocimientos, sino en cultivar una actitud de humildad y escucha para apreciar los diversos ángulos de una situación, incorporar nuevas perspectivas y desconfiar de lo todo lo que se refuta como indiscutible o infalible.
AQ