Los presidentes escritores

Ensayo

Entre los gobernantes mexicanos, AMLO destaca por su producción editorial, con 19 títulos, incluido el más reciente: A la mitad del camino, motivo de este ensayo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador presenta su libro 'A la mitad del camino'. (Foto: Moisés Pablo | Cuartoscuro)
Carlos Illades
Ciudad de México /

No es frecuente que los presidentes mexicanos cultiven la escritura, menos todavía que alguno se jacte de haber vivido más de una década de las regalías de sus libros, cosa que se antoja bastante improbable en el mundo editorial nacional. Lo común ha sido que otros recopilen sus documentos y discursos (Luis Echeverría, Vicente Fox), colaboren o se alquilen para redactar las memorias de los mandatarios (Miguel de la Madrid), hagan largas entrevistas que cumplan esa función (Luis Echeverría), escriban libros de campaña (Felipe Calderón, Andrés Manuel López Obrador) o en el retiro los consabidos balances exculpatorios sobre “decisiones difíciles” de sus gobiernos (José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón), y nos iluminaron el futuro (De la Madrid, Salinas de Gortari). Enrique Peña Nieto, quien no pudo enlistar tres libros leídos, afortunadamente no se empeñó en escribir alguno.

De pluma más suelta, compartiendo el gusto por la historia, son José López Portillo y Pacheco y Andrés Manuel López Obrador. El “último presidente de la Revolución” nos obsequió Quetzalcóatl, Ellos vienen. La conquista de México, Don Q (de vena filosófica), además de Mis tiempos, su biografía política. La producción del artífice de la “Cuarta Transformación” alcanza los 19 títulos, y contando: historia, política, economía, relaciones exteriores y, por supuesto, su acción pública e ideario, no escapan a su registro escritural. Más allá de la profusión y versatilidad de la obra impresa de López Obrador, el rasgo distintivo es que casi invariablemente responde a la coyuntura política. Mientras los demás presidentes quisieron mostrar post facto la racionalidad de sus acciones, por arbitrarias o erróneas que fueran, el presidente del “cambio verdadero” concibe sus libros cual “literatura de combate”, una intervención en el presente muy al estilo de los liberales de la Reforma a quienes tanto admira. Y, dentro de esa lógica, considero podríamos leer su título más reciente, el tercero desde su última tentativa presidencial.

A la mitad del camino (Planeta, 2021) presume haber sentado las bases de la Cuarta Transformación delineada en 2018. La salida. Decadencia y renacimiento de México (2017). Con una estructura simple, el libro de campaña constó de dos partes, respectivamente dedicadas a exponer las razones de la primera para después indicar la estrategia para lograr el “renacimiento”. Cuando se publicó este título, los comentaristas destacaron los abigarrados párrafos, la mezcolanza de citas y autores, las inconsistencias argumentativas y el lenguaje catequizante de López Obrador, sin otorgar atención suficiente a la oferta obradorista. Sin embargo, muchas de las medidas que tomó el presidente en el primer año de su administración estaban en esa prosa caótica. Considerando esto, el nuevo volumen es la crónica de esta misión titánica, los obstáculos para cumplirla y el porvenir venturoso encarrilado. Y, en paralelo con el libro que apuntaba a la presidencia en 2018, éste lo hace hacia el referendo de 2022. Sometido otra vez al veredicto de las urnas, los mexicanos decidirán “si quieren que yo continúe en la presidencia o que renuncie”, reza el primer párrafo de A la mitad del camino. De esta manera, estamos hablando de un segundo libro de campaña.

El presente es el punto de partida narrado en un híbrido de informe de gobierno y mañanera. Similar al spot “hechos no palabras”, aquél se muestra como el conjunto de acciones que reorientaron el país, donde incluso los desaciertos son virtuosos, materializándose en “los cambios tan profundos que se han hecho realidad”. El doctor es López Obrador, la receta el combate a la corrupción y la medicina la austeridad. Una suma geométrica de ahorros y más ahorros (hasta por mantener en tierra el avión presidencial), hacen que el presupuesto federal alcance absolutamente para todo: hospitales equipados, escuelas dignas, programas sociales masivos, becas para estudiantes de todos los niveles, vacunas, medicinas gratuitas, tratamientos para el cáncer infantil, incentivos a la pequeña industria, formación de la Guardia Nacional con cien mil elementos, desastres naturales, siembra de millones de árboles, ciencia y tecnología, búsqueda de desaparecidos, cien universidades públicas de nueva creación (más cuarenta en ciernes), dos aeropuertos internacionales más los costos de la cancelación de otro, megaproyectos en el sureste (no en el sur, como dice el volumen). Ni siquiera el covid-19 impidió que estos objetivos se alcanzaran, antes bien, la pandemia contribuyó a la racionalización del gasto. De acuerdo con la contabilidad presidencial, 98 de sus 100 compromisos de campaña fueron satisfechos (únicamente le faltan desconcentrar la administración federal y aclarar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa).

Sin entrar en detalle, hay evidencia suficiente de que se descobijaron rubros esenciales en favor de las prioridades presidenciales, que el presupuesto federal es insuficiente para hacerse cargo de todas ellas si no se realiza una reforma fiscal sustantiva y no mejora el desempeño económico (no obstante el cobro de cuantiosos adeudos a los causantes mayores) y que las transferencias directas no impidieron el crecimiento de la pobreza y la pobreza extrema a causa de la pandemia, además de que los recursos no llegaron a los más pobres como mostró el CONEVAL y el presidente se niega a admitir.

La conducción de las relaciones internacionales sigue la acertada guía de Juárez y Cárdenas, a la que se añade la astucia de López Obrador reconocida por el mismo Trump (“me replicó que no podía conmigo”, en cándida revelación confiada al lector). Aquí el relato presidencial reduce el tono triunfalista y adopta una postura más bien justificativa, enmarcada en “el respeto al derecho ajeno es la paz” juarista: hubo que hacer concesiones a los Estados Unidos en materia de migración y utilizar la Guardia Nacional para bloquear las caravanas centroamericanas a cambio de asegurar la firma del t-mec, optando con ello por el mal menor. Un argumento utilitarista que contradice su “ideología humanista, suavizado con un “sin violar los derechos humanos”, propósito incumplido de acuerdo con las imágenes de la frontera sur. El momento cardenista lo ofrece el rescate de Evo Morales tras el “golpe blando” de 2019 y el otorgamiento de asilo por motivos políticos (se incorpora el parte militar de treinta páginas sobre la misión para traerlo de la selva boliviana a México). El otro rescate motivo del orgullo presidencial es el del general Salvador Cienfuegos, quien fue devuelto al país tras un ejercicio de “alta política” que desvaneció las débiles pruebas en contra del exsecretario de la Defensa Nacional, exonerado rápidamente por la fiscalía mexicana.

Toca el turno a Madero al hablar de la oposición. López Obrador se asume en una posición semejante a la del Apóstol de la Democracia, es decir, sometido a “una guerra sucia tan intensa y estridente como la que padeció” éste. Los medios convencionales (prensa, radio y televisión) y las redes sociales, instrumentos de los intereses corruptos afectados (de un segmento del gran capital, de las clases medias trepadoras y volubles, y de los intelectuales del bloque neoliberal), son a su juicio los responsables. Planteado así la ecuación es clara: a mayor transformación más virulencia de periódicos y bots. Los ataques son la medida del cambio. Ello le obliga a dar una respuesta puntual a éstos. Hay dos aspectos relevantes conexos con este conflicto: ante una oposición débil y desprestigiada el presidente necesita un adversario que permita activar todas las mañanas su discurso binario (liberal/conservador, mafia en el poder/pueblo) la prensa cumple esa función. Por otra parte, como en los medios hay un registro de la acción gubernamental, una memoria diaria por verídica o distorsionada que sea, López Obrador entra a la disputa porque quiere definir desde ahora cómo será recordado en esa obsesión que tiene por la historia patria. Cual actor y relator de su propia épica el presidente quiere erigirse como administrador de la memoria, de un legado que, antes de conformarse, llamó Cuarta Transformación. Llegado a este punto López Obrador rompe el paralelo con Madero para liberarse de su final trágico sirviéndose de la “maestra de la vida”: al hacendado coahuilense le sobró democracia y le faltó pueblo. Tampoco tuvo el apoyo del Ejército, el pilar que junto con aquél sustenta al obradorismo. El político tabasqueño ya tomó las respectivas providencias.

El porvenir cierra el volumen. López Obrador retoma las promesas centrales para el renacimiento de México propuestas en el 2018. La salida que, con algunos matices (la economía no crecerá al 4 por ciento anual, sino en un 2 por ciento anual en la segunda parte del sexenio), las considera realizables no obstante la pandemia que, escribe, está controlada. Santa Lucía será un aeropuerto de clase mundial, el Tren Maya elevará exponencialmente el turismo, los dos océanos estarán interconectados detonando el comercio internacional, México será energéticamente autosuficiente y dejará de ser un exportador de crudo, entre otros muchos logros de la “bella realidad” en que se habría convertido la Cuarta Transformación en 2024. Entretanto, el futuro expresidente, retirado “en definitiva del ejercicio de la política” vivirá para siempre en su finca en Palenque “con salud y alegría”. Y, acaso bajo su ceiba, abriendo el austero libro de historia en que se mira a sí mismo.

Carlos Illades es profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Es también autor de Vuelta a la izquierda (Océano, 2020).

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