Rugidos desde las entrañas

Café Madrid

Los Tigres del Norte conquistan Madrid con un espectáculo protagonizado por historias de migrantes, amores y hermandad.

Los Tigres del Norte se presentaron en Madrid el 4 de abril. (Europa Press)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Rugen los tigres en la oscuridad repentina y, de pronto, unos reflectores flashean al ritmo de ráfagas de metralleta: ta-ta-ta-ta-tá. Enseguida suenan los primeros acordes de “La camioneta gris” (el acordeón, el bajo, la batería) y el público erigido en jauría roza la histeria. Arranca (se oye) el motor de la camioneta de Pedro Márquez y su novia, “con placas de California” y cargada de “cien kilos de la fina”, las luces iluminan al quinteto norteño y el Palacio de los Deportes de Madrid retumba con Los Tigres del Norte sobre el escenario.

Aplaude, grita, baila y se emociona el grueso de la diáspora latinoamericana en España, mientras los músicos les sacuden o acarician el alma. Abundan los sombreros texanos, las botas, los pantalones vaqueros ajustados, las cervezas y las banderas de casi todas las naciones hispanas del otro lado del océano. Aquí estamos los migrantes, dispuestos a escuchar nuestras historias con nostalgia y coraje. Jorge Hernández da las buenas noches a Madrid y saluda al embajador de México en España, presente en primera fila, pero el respetable responde con un sonoro abucheo. Pone la calma el corrido de “José Pérez León”, que de mojado se fue, con sus ansias de crecer, para jamás volver.

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El sentimentalismo arrecia con “La carta”, la historia de un mojado que no ve a su madre desde hace 13 años y que un día se encuentra a este grupo en un baile gabacho y les pide que le lleven una carta a su viejecita, aprovechando que ellos vienen y van. En la era de la comunicación instantánea el cuento parece desfasado, pero la letra de la canción libera algunas lágrimas y aplausos solemnes. Esta noche, sin embargo, el ánimo no ha de caer y la situación se compone “con la siguiente melodía”, “Quiero volar contigo”, con la que aparecen seis bailarinas vestidas de rojo, que ya las quisieran en el mismísimo Moulin Rouge de París.

Cuando Jorge Hernández, líder de la banda con su acordeón como cetro, entona el clásico “Ni parientes somos”, alargando las notas casi hasta la asfixia, el público lo arropa con una avalancha de gritos. “Ya vemos que se saben todas”, espeta después Hernández, “así que la siguiente la cantan ustedes nomás”. Entonces suena “La mesa del rincón”. No hay tequila, pero eso no impide cantar con despecho y desgarro a quien alguna vez nos dejó. La traición se acentúa con la historia de “Pedro y Pablo”, alternándose la voz grave del propio Jorge y la voz nasal y aguda de su hermano Hernán.

Más de medio siglo llevan estos hombres bien conservados siendo “la voz del pueblo”, con millonarias ventas de discos, conciertos multitudinarios, un titipuchal de premios y una relevancia cultural innegable a nivel internacional. Por eso ahora, en el coloso madrileño, muchos desafían a los guardias de seguridad y se acercan al escenario para aventarles las banderas de sus respectivos países. Hernán recoge la de Guatemala y en un instante la anuda a su bajo eléctrico. Jorge pesca la de Colombia y la de Nicaragua y la de El Salvador y, una a una, se las va poniendo en el cuello para confeccionar una gruesa bufanda multinacional.

Son un conjunto norteño, pero siempre se han nutrido de las rancheras y para demostrarlo irrumpen 10 mariachis con el “Son de la negra”, mientras en las pantallas aparece la bandera mexicana. La cortesía, no obstante, es sello de la casa y también suena un pasodoble, acompañado por gritos de ole, con la bandera española al fondo. Hermanados los dos extremos del Atlántico, el show continúa con un sentido homenaje al cancionero de Vicente Fernández.

Esto va de “celebrar al pueblo, no a la falsa sociedad” y los tigres saben que no los dejaremos irse sin que nos den cuenta de Camelia la texana y de Teresa Mendoza. Ya en territorio narco, además se escuchan “Pacas de a kilo” y, por supuesto, “El jefe de jefes”, crónicas de nuestro tiempo. Vamos rumbo a las tres horas de gritos, bailes, aplausos y rugidos desde las entrañas, con el soft power de México a su máxima potencia, pero los cantantes todavía ofrecen un rato de complacencias. El broche final lo ponen con “América”, himno que iguala y une a todos los presentes. Lo que pasa es que han tardado 14 años en venir a España y queremos más. Ya se les ve agotados, pero se rinden al público insaciable con “Tres veces mojado”. ¿Otra? ¡Otra! Entonces todos corean “Somos más americanos” y el grupo, antes de irse a recorrer media península ibérica, recibe un aplauso de cuatro minutos y medio.

AQ

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