Acabo de descubrir, agradecido, la luminosa escritura de Lucia Berlin (1936-2004), la casi secreta cuentista estadunidense, que hace unos pocos años fue merecidamente redescubierta y celebrada. En medio de una vida de aventuras, decisiones temerarias y mucho sufrimiento y diversión, Lucia Berlin se dio tiempo de publicar cerca de 80 relatos y de cultivar un naturalismo crudo, surcado por destellos de humor y alegría, que suele encontrar aun en las tragedias algún motivo de gratificación. Son muy conocidas las peripecias vitales de la autora: su pertenencia a una familia disfuncional de tantas, pródiga en seres atormentados; su juventud esplendorosa y disipada; su nomadismo que incluyó estancias en Sudamérica y México y que la llevó a habitar tanto en mansiones como en arrabales; sus matrimonios desastrosos; su complejo papel de jefa de familia y sostén de cuatro hijos; su trajín en los más exigentes y humildes oficios (enfermera, sirvienta, recepcionista, maestra en escuelas marginadas); sus relaciones destructivas con el alcohol y las dolorosas enfermedades que casi la invalidaron. Estas circunstancias son fielmente retratadas en sus relatos, situados a menudo en mórbidos entornos de pobreza y poblados por adictos que sufren y ríen de sus dramas sin repartir culpas. La protagonista, desdoblada en diversos personajes, desempeña con jovialidad los más variados oficios y despliega una asombrosa reciedumbre y una sabiduría vital que consiste en no tomarse mucho en serio. Berlin asume una perspectiva femenina, despojada de discursos rígidos, caracterizada por una fuerza, una solidaridad y un optimismo que, sin embargo, jamás posan para las cámaras. Berlin adiciona a sus relatos realistas varios ingredientes: agilidad, ternura, imaginación verbal y, sobre todo, la risa insospechada, siempre salvadora y benévola. Descarnada, ingeniosa y desparpajada, Berlin encuentra en los viacrucis cotidianos momentos de alegría o, al menos, hechos curiosos que la hacen sonreír. De hecho, hay tal solaz en su arte de narrar que la escritora puede atestiguar los episodios más oscuros y escabrosos con una mirada juguetona y desenfadada. Por ejemplo, la mujer de belleza imponente y orígenes acomodados que fue Lucia Berlin se ve obligada por las necesidades de supervivencia a limpiar casas: la escritora logra un extraordinario mosaico humano con las figuras de los propietarios, exhibe la falsa condescendencia con que suele tratarse a las trabajadoras domésticas y la tendencia a volver invisibles sus vidas; sin embargo, la acerba observación de esta condición jamás cae en la victimización o en el panfleto. De hecho, si Berlin deja ver la fatiga y postración del trabajo manual, también reivindica su dignidad y potencial liberador. Porque acaso limpiar casas es una forma simultánea de ofuscación e iluminación, una relación, por medio de los sentidos, con la plena presencia del mundo, así sea a través de sus despojos y detritos.
Lucía, la sirvienta
Escolios
Armando González Torres (@Sobreperdonar) nos brinda una detallada estampa de Lucia Berlín, escritora norteamericana que plasmó un naturalismo crudo en más de 80 relatos
Ciudad de México /
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