Siempre que cruzo el umbral de la puerta de la Docta Casa tengo la sensación de viajar al pasado. No sólo por su estilo arquitectónico sino, sobre todo, por su rancia solemnidad y su estricto protocolo que enmarcan la mayoría de sus eventos. Esta tarde de domingo —el cielo encapotado, el viento frío golpeando el rostro— decenas de personas suben la escalera central del imponente edificio para ocupar sus lugares en el amplio salón de actos. La mayoría son directores de instituciones y empresas culturales, catedráticos, artistas o escritores. En el estrado, coronado por los dioses de la poesía y la elocuencia, una ristra de académicos de la lengua vestidos de gala espera el inicio de la sesión pública. Hoy ingresa como miembro de número de la RAE, sin haberse enfrentado a otros candidatos en una elección, el novelista Javier Cercas. Ocupará el sillón que dejó vacante su tocayo y colega Javier Marías, fallecido hace más de dos años.
Marías fue el eterno candidato español al Nobel de literatura y en esto también Cercas se perfila como su sucesor. El mundillo cultural hispano y su poderosa industria editorial están empeñados en ello y admitirlo en el equipo que “limpia, fija y da esplendor” a nuestro idioma es un impulso más para llegar a esa meta. Por eso el recinto luce abarrotado y un enjambre de fotógrafos —nacionales e internacionales— dispara sus flashes cuando entra el agraciado. Entonces, como ocurre desde hace más de 300 años, suena una campanilla —tilín, tilín—, el director declara abierta la sesión y, sin más, cede la palabra “al excelentísimo don Javier”, quien se pone de pie para dejar ver su elegante esmoquin, quitarse las gafas, agarrar un manojo de hojas de papel y comenzar a leer su esperado discurso.
La arenga acabará siendo un manifiesto desacomplejado, titulado “Malentendidos de la modernidad”, pero antes está la cortesía de elogiar al autor de Los enamoramientos, “capaz de alcanzar los últimos recovecos de nuestra conciencia y orientarse en la maraña inextricable de nuestras motivaciones.” Conforme avanzaba en su lectura, el hombre que en breve publicará un libro sobre el papa Francisco (El loco de Dios en Mongolia) parecía querer mimetizarse con sus nuevos compañeros, que suelen hablar con puntos y comas, con subordinadas, con pedagogía minuciosa y siendo conscientes en todo momento de formar parte del íntimo engranaje de la casa de las palabras.
La lección, no obstante, fue interesante. El ahora ocupante del sillón erre mayúscula criticó a todo el ámbito de la literatura donde, según él, hay cuatro malentendidos. El primero: escritores refugiados en su torre de marfil e indiferentes al destino de su país. Luego están los autores que se creen protagonistas de literatura, lo cual es falso porque el protagonismo es del lector, pues es él quien completa la obra y le da significado al texto. Después tenemos a la literatura popular: ¿una novela muy vendida es, necesariamente, buena?, se preguntó. “Un escritor de verdad no busca un público, lo crea”, sentenció. Y finalmente se refirió a la utilidad de la literatura: “es útil siempre y cuando no se proponga serlo, porque entonces sería simple propaganda.”
Aclarados los malentendidos, estalló la ovación y, de nuevo, el deslumbramiento de los flashes fotográficos, que hicieron tambalear el protocolo. El director de la Academia se dio cuenta y se apresuró dar la palabra Clara Sánchez, quien fue una de las que propuso a Cercas para unirse al selecto club y por eso le tocó dar la bienvenida al nuevo miembro, acogido “con la misma ilusión con la que la literatura atesora la levedad de nuestras vidas y el valor de la imaginación.”
Javier Cercas recibió una medalla y un diploma y enseguida fue invitado a sentarse junto al resto de los académicos. A partir de ahora su labor consistirá en acudir todos los jueves a las sesiones plenarias que moldean nuestro diccionario, estudiando y aprobando la utilidad de viejas y nuevas palabras, tal vez en medio de un festín, como en el poema de Octavio Paz: “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, / písalas, / gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras.”
AQ