¿Ganar por nocaut? No es la estrategia de Enrique Serna cuando practica el cuento, sobre todo porque, a pesar de sus tratos amorosos con este género, no deja nunca de actuar como novelista. Esto significa una sola cosa: se desvive tanto por sus personajes que no duda, como un obstinado demiurgo, en arrojarlos al caldero de sus pasiones hasta hacerles creer que, al menos, conservan un gramo de autonomía. Por eso les concedemos nuestra piedad y nuestra simpatía. ¿O que son todas esas creaturas atormentadas que vagan por las páginas de Lealtad al fantasma (Alfaguara) sino, como advertimos en el cuento que cierra el volumen, brumosas ilusiones de vida, soñadas, imaginadas o invocadas por su Creador?
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Por los siete relatos de Lealtad al fantasma vaga una corte de almas en pena despojadas de su voluntad por intercesión de las artes negras del amour fou, el fervor seglar, la calentura otoñal, la vacuidad erótica, los prejuicios de clase, el vampirismo emocional… De tan insatisfechas o desgraciadas resultan conmovedoras. Y es que no dejan de responder al llamado reptil de sus desfiladeros interiores.
El aire que se respira es gentil, de prodigioso teatro de marionetas. Como si el mundo marchara únicamente al compás de la diosa Fortuna, cada uno de los protagonistas (los peores, sin duda, enemigos de sí mismos) se somete a vertiginosos vaivenes antes de reconocer cómo la causa de sus triunfos prematuros, y siempre vanos, es también la fuente de su ruina. Pero. a pesar de la virilidad humillada o de los ridículos pactos de convivencia doméstica o de la sujeción a un tirano de la mortificación de la carne o del lecho vacío, nada invita a tomarse los descalabros por la tremenda. Pisamos terrenos gobernados por las leyes de la tragicomedia.
De un satirista como Enrique Serna no podemos esperar un combate con zarpas de terciopelo. Hay que prepararse para ver el despliegue de un copioso arsenal de garras fulminantes. Los protagonistas de Lealtad al fantasma sufren golpizas memorables. Visitan la lona en más de una ocasión y vuelven a ponerse de pie solo para volver a desfallecer. Con la última reserva de aliento, vuelven la mirada hacia nosotros para echarnos en cara, como la narradora del relato “Paternidad responsable”: “El cuerpo tiene un orgullo autónomo que agradece la humillación del alma, el pisoteo de la dignidad”.
Lealtad al fantasma
Enrique Serna | Alfaguara | México | 2022
AQ