Uno se sube al metro, se fija en la gente, presta atención a las conversaciones y, de pronto, da la sensación de estar en Ciudad de México o en Caracas o en Buenos Aires. Madrid, ya lo saben, “es la nueva Miami” y el titipuchal de mexicanos, venezolanos y argentinos que ahora pueblan (poblamos) esta Villa y Corte ya empieza a hartar los “madrileños de toda la vida”. El otro día escuché a una señora decirle a su vecina: “¡hay que ver! Estos latinos tiran la basura en la calle y cocinan con unas especias cuyos olores no se pueden aguantar y, encima, ponen su música a todo volumen y… ¡así ya no hay quien esté tranquilo, oye! De momento se han venido a vivir aquí los burguesitos. Pero… tiempo al tiempo: ya verás como dentro de nada llegan los malandros y van a instalar aquí la violencia de sus países. ¡Ay, Señor, Señor!” ¿Podría haberme metido en la plática para atenuar el nivel de discriminación de la señora? Podría, pero la verdad es que tenía mucha prisa y me metí al instante a la boca del metro.
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Ya en el subsuelo, apretujado en el vagón, uno se da cuenta de las dimensiones del fenómeno migratorio acelerado durante el último lustro en España. De eso, sin embargo, ya hablaremos otro día (sólo les dio algo: ya no vengan y evítense así una serie de disgustos, háganme caso), porque ahora voy corriendo a la presentación del nuevo libro de Marta Sanz, Los íntimos (Anagrama), en el Instituto Cervantes. Marta fue mi profesora en un cursillo de la Escuela de Escritores, en el que sus alumnos disfrutábamos como enanos cuando, entre lección y lección, nos contaba algún chisme del mundillo literario. “Deberías escribir eso”, solíamos decirle, pero ella se limitaba a respondernos con una risilla nerviosa, tal vez arrepentida por haberse tirado de la lengua, como se dice aquí, y revelarse como una cotilla. Nosotros respondíamos a su generosidad chismógrafa con discreción absoluta, pero anhelando que algún día, por fin, compilara todo ese material fascinante.
Algunos años después el día llegó y ahora Marta está presentando su dietario en este edificio que un día fue un banco de relumbrón y ahora custodia los valores de nuestro idioma. La acompaña en el escenario Àngels Barceló, la presentadora del informativo más escuchado de la radio de este país, y juntas hablan del chisme como asunto social y de vital importancia. “Simplemente he escrito el testimonio de un tiempo en la cultura española, un tiempo que ya no es el que era y por eso me he atrevido a recordarlo de manera divertida”, se cura en salud la también autora de Pequeñas mujeres rojas.
En las páginas de Los íntimos es más explícita y elegante: “Aquí hago literatura social. Hablo de mi trabajo y de no poder cumplir mis sueños. Hablo de treinta años de carrera literaria. Hablo de clases dentro de la clase artística-literaria. Hablo de las condiciones para tomar el ascensor social y de que, como en todos los sectores laborales, en el mío también funcionan la herencia, el monopolio y dar con la fórmula de la Coca-Cola. Porque quizá la literatura ha mutado en líquido edulcorado que te hace cosquillitas en el paladar.” Luego da rienda suelta a lo visto y oído en los mentideros literarios, a las entrañas de las editoriales (y de sus editores), a la precariedad de quien se dedica a escribir, a los premios y concursos (la mayoría amañados), a la importancia de las apariencias y la hipocresía, a las envidias y zancadillas, a los congresos y ferias del libro (llenas de vividores), a las instituciones culturales y sus vicios y desesperantes burocracias. Pero también se ocupa de la camaradería y amistad entre escritores, del veterano que le tiende la mano al novato, de la perseverancia de aquellos que tienen clara su vocación y su proyecto literario.
Ante una sala repleta de gente, casi al final del acto Marta hizo una reflexión. Dijo que esperaba que estas memorias del pan y las rosas no sirviesen sólo para rellenar un espacio de ocio y nada más. “Porque parece que hoy la gente ya no busca en los libros el descubrimiento, el conocimiento, el debate, la amplitud de miras. Ahora buscan, sobre todo, textos fáciles para entretenerse. Pero la literatura debe ir siempre más allá. En este caso, el tema puede parecer frívolo pero hay que tomárselo en serio”. Quise darle vueltas al asunto durante el trayecto de regreso a casa, pero de nuevo me distrajo la abundancia latina en el metro.
AQ