Filosofía para adolescentes

Café Madrid

Tener como guía en la vida a los filósofos siempre será mejor que consultar el libro de autoayuda que, cada tanto, se pone de moda.

Fotograma de Merlí. (RTVE)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Los hermanos mayores solemos pecar de soberbia. Al asumir la “responsabilidad” de ser el primogénito, uno es quien intenta orientar a los que nacieron después de nosotros y nos descoloca que sea al revés. El otro día mi hermano menor me preguntó si ya había visto la serie que me había recomendado. Cuando me habló de ella por primera vez puse el título en el buscador y, al leer la sinopsis, mis prejuicios me llevaron a pensar “bah, una serie más de adolescentes rebeldes, calenturientos y drogadictos.” En nuestra siguiente conversación se lo dije y él, que últimamente parece más maduro que yo y no para de darme lecciones (¡hay que ver la cantidad de herramientas con las que cuentan los muchachillos de ahora!), me insistió en que la viera: “te entretiene y, de paso, te enseña la aplicación de la filosofía en la vida cotidiana”, me dijo muy seguro de sí mismo.

Todavía no estoy en edad de hacerme colonoscopias, pero siento que ya hay muchas cosas que me pillan mayor (las tecnológicas, sobre todo), así que me daba cierto reparo dedicar parte de mi tiempo a ver una serie de adolescentes que, suponía, sería sólo para adolescentes. La serie consta de tres temporadas, con 13 capítulos cada una, a las que hay que dedicarles casi 40 horas en total. Y como a mí no me gusta dejar nada a medias (por más que la película o el libro o la serie me parezcan de poca calidad), pues… supe que tendría que ser serio y dedicarle ese tiempo.

No es que no supiera de la existencia de esta obra audiovisual. Es española y se transmitió en un canal local y en uno nacional de la televisión abierta, pero no tuvo la repercusión que ha tenido la lujuriosa Élite, por ejemplo, de la que todo mundo habló (y habla) debido a sus escenas subidas de tono y, digamos que a nivel nacional, (desgraciadamente) pasó sin pena ni gloria. Ahora que lo pienso, tal vez haya sido porque es… “muy catalana” y, entre capítulo y capítulo, suelta algunas críticas e ironías sobre “el Estado español” o la Monarquía, y el proceso independentista se asoma de vez en cuando y, sobre todo, porque su idioma original es el catalán y luego la doblaron al español y… en este país a mucha gente le parece bien que se doble lo extranjero, pero Cataluña: “¡es España, coño!”

Merlí retrata la vida de un grupo de estudiantes de bachillerato (“Los Peripatéticos del Siglo XXI”) que disfruta y se divierte aprendiendo filosofía, porque de vez en cuando su profesor los saca del aula y les da la clase en la cocina de la escuela o en un parque o en centro comercial y, principalmente, porque este atípico docente les echa la mano en algunos de sus problemas personales y se pasa todo el curso relacionado los postulados de los filósofos más importantes de la Historia con sus expectantes e inmaduras vidas. Pues bien: me enganché a la serie desde el primer episodio y sentí mucha nostalgia cuando acabé de ver el último.

Los métodos imprevisibles y poco ortodoxos del profesor Merlí Bergeron (“un Aristóteles del siglo XXI”) provocan en sus alumnos una serie de reflexiones, opiniones y cuestionamientos basados en las ideas de autores como Nietzsche, Schopenhauer, Sócrates, Descartes, Marx o San Agustín (nombres, por cierto, que sirven también para titular cada capítulo). Así se tocan temas como la libertad, el perdón, la sexualidad, el feminismo, la fe, el suicidio, la democracia o la inutilidad de estudiar una carrera pensando en tener un buen trabajo porque el “ascensor social” hace mucho que se estropeó y, en casi todo el mundo, quien nace pobre se queda pobre. Ahora que las reformas educativas están haciendo a un lado la filosofía, una serie como esta cobra mayor relevancia porque tener como guía en la vida a los filósofos siempre será mejor que consultar el libro de autoayuda que, cada tanto, se pone de moda.

Ya se sabe que la industria audiovisual de masas le enjareta una serie juvenil a cada generación. La de mi padre fue Cachún cachún rá rá! La mía fue Rebelde. La de mi hermano es Merlí. Y yo me alegro de haber seguido su recomendación y de que este tipo de cosas evolucionen y mejoren. Porque el hecho de que los estereotipos y el morbo, los dos ingredientes más trillados de este género televisivo, se vean revolucionados por las tesis de grandes pensadores es un gran avance.

AQ

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