Un ruinoso fariseo

Libros | A fuego lento

Entre las virtudes narrativas de Ari Volovich en 'Mi lucha', podemos contar la de saber exacerbar la cotidianidad a golpes de ironía.

Portada de 'Mi lucha', de Ari Volovich. (Moho)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

El autoescarnio es una moneda tristemente devaluada en estos tiempos de dogmatismo y corrección política. Hay tantas cosas despidiendo un tufillo inquisitorial, flamígero y culposo. Por tal motivo la lectura de Mi lucha (Moho) resulta gratificante: una inteligencia maliciosa campea a sus anchas.

Ari Volovich ha creado a un personaje marginal, reacio a seguir el llamado de la tribu: Oz Manischewitz, habitante resignado de la Ciudad de México, judío y ateo, que ha rebasado la frontera de los cuarenta y prepara una novela; no sólo actúa como narrador sino como un autobiógrafo que se fustiga a sí mismo durante extenuantes jornadas por las que sobrevuelan la estrechez monetaria y los vaivenes sentimentales.

De entre las mayores virtudes narrativas de Oz Manischewitz —o de Ari Volovich— podemos contar la de saber exacerbar la cotidianidad a golpes de ironía. Una mañana enfrentando la presencia del gato o la ausencia de respuestas a las solicitudes de empleo o el estómago de un refrigerador vacío o los domingos en la banca de un parque dejan de ser lo que son por la intervención de una escritura que nos llena de inquietud: un desayuno puede convertirse en una diatriba contra las ambiciones territoriales del Estado de Israel, una cena de gala puede invocar a los nuevos y falsos profetas de la izquierda mexicana que no conocen la diferencia entre una presunta ideología y el champán. Y esa ironía, o la sonrisa del diablo, se manifiesta a plena luz de la página cuando Oz Manischewitz, en la apertura de Mi lucha, antes de presentar sus credenciales como damnificado de los nacionalismos, los algoritmos, el contrato social… declara: “Ni una sola alma en toda Palestina despreciaba a mi sargento más que yo”.

Mi lucha: la alusión es obvia y, hay que decirlo, tiene la firma de un escritor nacido en Jerusalén, con muchas horas de trabajo siguiendo el rumbo de los colapsos mexicanos. La ironía es entonces un animal, o una iluminación laica, de dos cabezas: dirige sus mordiscos hacia los colonos israelíes que buscan tragarse a Cisjordania de un solo bocado y hacia la turba que llama sabio al pueblo que a duras penas lee un libro vaquero al año. ¿La lucha?: nada más que una porción de dignidad y autonomía intelectual, tanto como, confiesa Oz Manischewitz, “lograr capear la gravedad sin partirme la cara en dos”.

Mi lucha

Ari Volovich | Moho | México | 2021


AQ

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