¡Mírate! | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Nuestro reflejo nos ubica en la realidad que habitamos, por mucho que a veces no nos guste voltear hacia el espejo.

Anuncio de un remedio en una edición de 'Diario del Hogar', publicada en 1902. (Especial)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

El anuncio dice “¡Mírate!” y muestra a un hombre sosteniendo su cabeza entre las manos; al leerlo descubrimos que el pobre hombre padece de acné debido a su “sangre impura”, pero eso no será problema si toma un depurativo vegetal llamado Olugna —ese nombre me da tentación sólo porque es “ángulo” al revés. Me lo topé en un Diario del Hogar de 1902 mientras buscaba otras cosas en la Hemeroteca Digital de la UNAM y me gustó mucho: es hamletiano pero a la vez modernista y casi surrealista y estridentista. En él, Hamlet ya no sostiene el cráneo del bufón Yorick y no piensa en ser o no ser, sino que lo hace con su propia vanidad puesta en duda, y el jinete sin cabeza de Sleepy Hollow, al encontrarla, se decepciona de su aspecto “lleno de granos repulsivos”. Confieso que el examen de conciencia convertido en departamento de cosméticos me encanta.

Mirarse al espejo todos los días, a ciertas edades, se parece mucho a aquella publicidad: como si una voz nos pusiera enfrente nuestra cabeza y nos ordenara mirarnos. Días en que preferiríamos no asomarnos a nuestra imagen e ignorar el chistorete que el tiempo y nuestras malas costumbres nos tienen preparado para esa mañana. Después de ese golpe cotidiano nos recetamos muchas cosas —cada año más— para poder presentarnos ante el mundo con decencia, a pesar de aquella sangre demasiado impura que nos afea. Pero eso es inevitable. Si no nos miráramos, viviríamos como en los conventos donde no había espejos; así las monjas conservaban la conciencia de su rostro infantil hasta que llegaban a la vejez, en una extraña disociación. En el otro extremo estaba José Luis Cuevas, que fotografiaba su rostro todos los días para atestiguar el paso del tiempo grieta por grieta. Nosotros, humildemente, cada mañana ponemos la cabeza entre las manos y nos decimos “mírate” o, si somos mexicanos, “mírate nomás”.

Más curioso aún, el hombre del anuncio que sostiene su cabeza en lo alto lo hace en una postura similar a la que adoptamos ahora al ver el celular, en el que hemos depositado buena parte de nuestra cabeza —los números de teléfono que antes memorizábamos junto con las matemáticas y la geografía, como mínimo, y en el otro extremo las mil cosas en las que ocupamos nuestros pensamientos, y que en el celular y sus miles de redes, noticias y conversaciones danzan y se tropiezan ante nuestros ojos. Las redes nos dicen también: ¡Mírate! Porque una palabra, una foto subida sin pensar, una frase o una exclamación imprudente nos dejan también muy mal parados, peor que si tuviéramos la sangre impura o estuviéramos llenos de granos repulsivos. Tenemos que buscar entonces el depurativo, el Olugna para nuestros días.

AQ

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