El misterio de Tarántula Spock

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

La revisión de un recuerdo de la infancia pone en duda el "final oficial" del gato de la familia.

"Tarántula era un gato negro de lo más común, pero con bellos ojos verdes". (Imagen generada con DALL·E)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

De niños tuvimos un gato negro, se llamaba Tarántula Spock. Quizá mi hermano le puso el primer nombre en honor de un libro de poemas de Bob Dylan que él tenía y se llamaba así. El segundo nombre fue probablemente una obra colectiva. Se inspiraba, por supuesto, en el personaje del Señor Spock de la serie Viaje a las estrellas. El señor Spock provenía de Vulcano —apenas me enteré de que su madre era humana— y tenía las orejas picudas como los gatos.

Tarántula era un gato negro de lo más común, pero con bellos ojos verdes. Recuerdo su elegante figurita galopando por el pasillo del departamento en las noches y a mi papá divertido diciendo que parecía caballo. Quizá —no estoy segura— tuvimos dos gatos negros, Tarántula Spock y otro gato sin nombre, pero me confundo. Un día Tarántula —¿o sería el otro gato anterior, sin nombre?— desapareció de la casa. Cuando pregunté me dijeron que mamá lo había llevado al Instituto Nacional de Neurología para que participara en los experimentos que ahí se hacían, pues mamá fue siempre una gran admiradora de la ciencia. Por lo menos eso dijo y yo lo creí. Mamá se agobiaba con los gatos, pues le tocaba cuidarlos; formaban parte de un trabajo doméstico que siempre le pareció injusto, no hace falta aclarar que con razón.

Pero no sé por qué, hace poco me puse a imaginar a mamá en un camión o un taxi cargando a Tarántula Spock (o el gato anterior) de camino a Tlalpan, ya que ni ella ni mi papá manejaban: ¿lo llevó en una caja o en una bolsa?, ¿cómo haría para calmar los zarpazos de un gato asustado? Era un largo camino desde el departamento que mis papás rentaban en la colonia Condesa y mamá no era de aventurarse por el mundo, pues a causa de la guerra le angustiaba ir sola demasiado lejos. Empecé a sospechar de la historia y de que mamá pensara que me consolaría el hecho de que mi gato diera la vida por la ciencia, mi gato que podría haber sido Tarántula o el anterior.

Eso no ha impedido que siga imaginando a Tarántula con el cráneo rapado y un montón de cables conectados a su pequeño cerebro, una especie de señor Spock secuestrado por terrícolas que toman nota de sus pensamientos, en un lugar blanco lleno de gatos y científicos. Hay que decir que los gatos no siempre son inteligentes, si bien es otro tema. A mí también me han puesto aquellos electrodos cuando me hacen estudios para la leve epilepsia que padezco desde muy joven y de ser verdad la historia, de alguna manera ni tan misteriosa ese gato contribuyó a mi bienestar neurológico. El hecho es que frente a la ausencia de Tarántula nunca tuve una respuesta; su sombra negra y esbelta sigue correteando por los pasillos mi infancia.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.