La elegía funeral acompaña el nacimiento de la poesía y los más antiguos poemas, como Gilgamesh, reflejan las horrorizadas asimilaciones primigenias de la muerte. En la tradición de la poesía en español, no existe un paradigma más acabado del género del duelo que las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique (1440?-1479), ese grácil, hondo, y a veces divertido poema, cuyas imágenes han representado desde entonces lo transitorio de la vida, los altibajos de la fortuna y la cabal democracia de la muerte.
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La obra de Manrique es breve y su biografía difusa. No es un escritor profesional (ni clérigo, ni cortesano) sino un noble y guerrero (participante en las principales disputas del poder de su época) que, en sus esporádicos ejercicios líricos, asume las modalidades poéticas medievales imperantes y, acaso sin proponérselo, las renueva. Las cerca de cinco decenas de composiciones de Manrique abarcan poemas amorosos, en sintonía con el culto y servidumbre a la mujer y al concepto del apego que profesa la poesía provenzal, así como algunas piezas burlescas. Sin embargo, su composición más apreciada son las coplas que escribe a partir del deceso de su padre.
El contacto súbito con la muerte del ser más dilecto produce un choque de conciencia que conduce a la identificación y desprecio de las vanidades del mundo y a la evaluación de lo verdaderamente perdurable. Pese a lo desgarrador de su pérdida, el autor tiene la serenidad de ánimo para elaborar una elevada especulación poética sobre el paso del tiempo, la finitud y los valores humanos. Con una adelantada intuición, el poeta advierte el paso vertiginoso del tiempo (nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en el mar/ que es el morir) y opone esa percepción a la mera nostalgia por el pasado o a la creencia en un futuro ultraterreno.
En las coplas de Manrique domina una relación reposada con la muerte, que confía en el legado vital del difunto para la permanencia de su memoria. Porque si bien todo es perecedero, no todo es vano y una existencia ejemplar mantiene su irradiación sobre el mundo de los vivos a través de las virtudes del muerto. Dichas virtudes, por lo demás, no tienen que ver con la cuna o la riqueza sino con valentía, el coraje y el compromiso matizados con la prudencia, la morigeración y la compasión. Estas prendas humanas, al poder replicarse en los demás, garantizan la supervivencia, pues la verdadera muerte, no es la desaparición física sino el desvanecimiento en la memoria de los otros.
A través del lamento por su padre, el poeta llama a abandonar el letargo materialista y adquirir conciencia del presente y de la finitud, pues saberse mortal implica poder contemplar esa fragilidad y de alguna manera superarla. Heredero de la filosofía estoica y con un dominio depurado de la retórica poética de su tiempo, las coplas son tanto un poema filosófico como un conmovedor testimonio personal y sustentan, con entrañables cimientos, la larga genealogía elegiaca en la lengua española.
AQ