Murakamismo

Café Madrid

Demasiado occidental para algunos, cercano al realismo mágico para otros: ¿qué es lo que realmente define a Haruki Murakami?

Haruki Murakami, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023. (Foto: Paco Paredes | EFE)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

El escritor japonés más leído del mundo es tan introvertido como muchos de sus personajes. Su grado de timidez es tan alto que por eso sorprendió que Haruki Murakami aceptara venir a Oviedo para recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras de este año. Es verdad, sin embargo, que no quiso pronunciar un discurso en la real y pomposa ceremonia ni atender a los periodistas en una conferencia de prensa. A cambio, se prestó a contestar las preguntas de un grupo de adolescentes y de los miembros de varios clubes de lectura de la comarca.

Menudo, liviano, frágil y circunspecto, el hombre que antes de sentarse a escribir va a correr cuando todavía no sale el sol llegó al Teatro Jovellanos de la capital asturiana en medio de una ovación y de una lluvia de flashes. Subió al escenario, que tenía su apellido en letras enormes de neón, y se sentó a escuchar dudas y comentarios sobre su obra con la cara anodina de quien espera su turno en el dentista. Enseguida, en contraste, sus respuestas fueron íntimas y generosas. Reconoció que sus críticos tienen razón: es un autor “muy occidental” pero, se preguntó a sí mismo, “¿eso significa que mi japonesidad está en entredicho?” Lo dijo después de contar que empezó a valorar la cultura del “otro extremo” cuando a los 12 años leyó Rojo y negro, la novela de Stendhal sobre el hijo de un aserrador que desprecia las tareas intelectuales. Luego se ocuparía de los principales autores estadounidenses contemporáneos.

Entonces, muy atentos, sus lectores-fans comenzaron a preguntarle por las pizcas de realismo mágico desperdigadas por casi todas sus historias y también quisieron saber si uno de sus referentes es Gabriel García Márquez. “Lo he leído y me gustan varios de sus libros. Pero… más que realismo mágico, lo que yo hago es murakamismo. Sé que no tengo maestros directos ni discípulos. Soy sólo yo. Es mi negocio”, se sinceró en japonés. Después, lacónico, agregó: “únicamente escribo cuando quiero, por eso nunca sufro algún bloqueo.” Al día siguiente, a “los chavales del cole” les habló de su afición por los gatos y les explicó que, en realidad, él no era más que una especie de E.T., el extraterrestre: “busco en el desván, en los armarios, en los muebles antiguos y en el sótano una serie de instrumentos que me permitan comunicarme con mi planeta natal”.

Es curioso que después de tantos años de éxito literario y comercial, los críticos (tan dados a resaltar los ismos) no hablen constantemente del murakamismo. No sé si es que no se toman serio al autor de Tokio blues, incluso, porque lo desprecian debido a sus elevados índices de ventas (como si eso les restara calidad a su obra) y a que para muchos “es tan sólo un oriental que aspira a convertirse en un escritor estadounidense” (como si eso fuera deleznable), pero a mí me parece que el universo que ha creado —íntimo, surrealista, alineado, pop, amoroso, ansioso, solitario, conmovedor, posmoderno, huidizo y fascinante, real y onírico, luminoso y oscuro, oriental y occidental— merece ser englobado bajo ese término.

Haruki Murakami recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras el pasado 20 de octubre. (Foto: Chema Moya | EFE)

Soy un simple leedor, pero creo que no hace falta un doctorado en literatura para cartografiar una ristra de libros que con su magnetismo atraen a millones de lectores (ya tan sólo por eso, por crear lectores, muchos deberían estarle agradecidos) y darse cuenta de su importancia para el conjunto de las letras contemporáneas. Pienso, por ejemplo, en la estela que ha marcado con su obsesión por explorar la fragilidad de las emociones humanas, en su ejercicio de espeleología hacia la profundidad del ser, su sensibilidad y su romanticismo trágico y/o enamoramiento ciego, su prosa envolvente (con espacios y tramas paralelas con sutiles conexiones) y dueña de una musicalidad (propia de un melómano empedernido), en su conjunción de relato oral, mito y folklore para ayudar a radiografiar el alma colectiva, en su defensa de la libertad y la individualidad, en la identificación que casi cualquiera puede sentir con los protagonistas de sus cuentos y novelas, en la adaptabilidad de su obra a otros formatos (teatro, cine, espectáculos multimedia, videojuegos y canciones), y también en su disciplina de trabajo (madrugar, correr, nadar, comer sano, escribir con concentración y resistencia). ¿Acaso todo esto no merece llamarse murakamismo?

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.