Detrás de los hechos de maldad más desconcertantes y gratuitos, suele haber símbolos perversamente sofisticados. En su revelador Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo (Acantilado, 2003), la escritora y germanista española Rosa Sala Rose hace un recuento exhaustivo del sustrato simbólico, los razonamientos pseudocientíficos y las quimeras que plagaron el discurso, la política pública, la empresa bélica y la vida cotidiana de la Alemania nazi.
En el nazismo hay un elemento utópico, una promesa de redención en la que se mezclan diversas fuentes intelectuales, religiosas y mitológicas. La moderna cultura alemana busca apropiarse de la herencia griega o de algunos clásicos modernos (en La muerte de la tragedia George Steiner narra la curiosa intentona de algunos filólogos románticos para “demostrar” que Shakespeare había sido alemán). Igualmente, exalta y rastrea la prosapia más prestigiosa para sus creaciones locales y sus expresiones populares.
- Te recomendamos Comunismo y anticomunismo en el debate mexicano Laberinto
Como señala Rosa Sala, la cosmovisión nacionalsocialista es indisoluble del mito ario, el cual tiene una larga genealogía y “evoluciona” hasta convertirse en la noción de una categoría racial superior, cuya pureza y esplendor deben impulsarse. Así, la noción de raza se espiritualiza e incluso se acuña el término de “alma racial” para designar una serie de facultades intelectuales y morales que se derivan de una determinada constitución y apariencia física. Este nacionalismo racista se conjuga con un poderoso aire ocultista y esotérico.
De estas distintas fuentes abreva Hitler: en su disparatada noción supremacista la preservación de la pureza explica el éxito de las naciones y la felicidad de sus ciudadanos. Por eso, el mesiánico guía aspira a restaurar las raíces de la nación alemana y a limpiarlas de las hibridaciones que la han debilitado. Esta perspectiva concibe la violencia como una fuerza purificadora y vislumbra una batalla definitiva entre el bien y el mal. También considera que la historia tiene un cometido y que hay generaciones predestinadas para cumplir una función esencial en ese despliegue.
Rosa Sala se interna con deslumbrante erudición y poder narrativo en las raíces y la aplicación práctica de los distintos mitos y símbolos del nazismo, desde la esvástica, las antorchas o el vegetarianismo hasta las patrañas que circularon durante la guerra (y facilitaron su prolongación a un altísimo costo humano), como la existencia de un arma milagrosa que, en última instancia, daría la victoria a los alemanes. La autora llega a la inquietante conclusión de que este extendido entramado simbólico no sólo constituyó la clave común de un grupo de maniáticos, sino un conjunto de prejuicios e ilusiones ampliamente difundidas en la modernidad. Por eso, aunque esta parafernalia no deja de causar reserva y repulsión, conocer su contenido y capacidad de seducción, que tanto daño y dolor produjo en muchas generaciones, contribuye a nunca más caer en sus hechizos.
AQ