Noche esvástica: la distopía de Katherine Burdekin

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Mucho deben clásicos como George Orwell y Margaret Atwood a la autora de esta novela.

Burdekin imagina la “evolución” del régimen nazi, siete siglos después de su victoria.
Armando González Torres
Ciudad de México /

La ciencia ficción y el relato de anticipación han sido géneros proclives a la lucha de género: antes de que muchas reivindicaciones feministas pudieran ser planteadas en el terreno de la política, eran esbozadas de manera “afable” en el campo de la ficción.

Un libro de aguda crítica política y marcado enfoque feminista, paradójicamente publicado bajo el pseudónimo masculino de Murray Constantine, apareció en 1937 y se debe a la autoría de Katherine Burdekin (1906-1963). Este libro (al que mucho deben clásicos como George Orwell y Margaret Atwood) es una cruel distopía que pone el acento tanto en la locura y la barbarie política, como en la dominación de género.

Prácticamente borrada de la historia literaria, Burdekin fue una escritora que publicó una decena de novelas y que mantuvo un vigoroso alegato en favor de las libertades personales y la equidad de género. Swastika Night (que se puede bajar gratuitamente en internet) es una auténtica novela de anticipación, pues fue escrita cuando el régimen de Hitler apenas se estaba consolidando en Alemania y antes de la pesadilla bélica y los actos de exterminio masivo. En esta novela, Burdekin imagina la “evolución” del régimen nazi, siete siglos después de su victoria. En esta fábula, como en 1984 de Orwell, el mundo se ha dividido en bloques enfrentados y en el territorio nazi se han instaurado el militarismo, el patriarcado más despótico y el culto a la divinidad de Hitler.

Las mujeres ocupan un lugar subordinado en la estructura social y, como en el caso de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, sólo sirven para reproducirse. Para Burdekin el régimen nazi representa el punto más alto y demencial del “culto a la masculinidad” y en su distopía las mujeres han sido reducidas a la categoría de animales. La violación, por ejemplo, se ha legalizado y, aunque las afinidades sentimentales se establecen solamente entre hombres, este atentado constituye una práctica consuetudinaria para confirmar la supremacía masculina. De hecho, para evitar el contacto con el temperamento femenino y su posible contaminación, poco después de su nacimiento los niños son arrebatados a sus madres, a fin de que crezcan únicamente rodeados por hombres. Las mujeres son criadas aparte y, desde la infancia, son despojadas de cualquier identidad y sentimiento de valía y adoctrinadas en su único papel social de reproductoras. Por lo demás, todos los rasgos de la cultura han sido borrados, no existen libros ni discos; la memoria histórica comienza con el ascenso del régimen nazi, en lo político opera un neofeudalismo y Hitler es concebido como un ser semidivino, gigantesco y rubio, que brotó de la frente de un Dios. En esta circunstancia, un hombre inglés, Alfred, viaja a Alemania y, de manera incidental, se entera de que Hitler era un hombre común y corriente. Esta revelación, sin embargo, no es liberadora y el dramático fin del protagonista introduce un sesgo pesimista a esta tan sombría como lúcida fabulación.

AQ

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