Víctor Weinstock escribe en la “Advertencia” a La novela del Cangrejo (nieve de chamoy): “El lector puede leer el triplano como se presenta en esta edición —de forma consecutiva en el orden A, B, C— o leer todo C y luego elegir A para cerrar con B, por ejemplo. Cualquiera de estas variantes (hay seis en total) es eficaz a su manera”. ¿Un modelo para armar como Rayuela de Cortázar? No, por supuesto, sobre todo porque el imperdonable desacierto de Weinstock, quien ha hecho su carrera en el teatro, es el de la incontinencia verbal.
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La sección A tiene la voz y la estructura de un informe científico. Un narrador da cuenta de las acciones y las pulsiones de Bruno Newman, un descendiente del Bartleby de Melville, y de húngaros aldeanos, “una lesbiana atrapada en cuerpo de varón” que vegeta en Nueva York mientras intenta escribir una novela. B se mira desde el otro lado: Newman monologa y expone esas mismas acciones y pulsiones con un estilo que se hermana con el delirio: vuelve una y otra vez sobre lo ya contado, como si las palabras fueran borradas tan pronto son consignadas o leídas. A estas alturas, las de A y B, La novela del Cangrejo es un ejercicio decoroso de contrapunto. Allá está el narrador observando a su sujeto de estudio; acá ese sujeto corroborando las mediciones de su observador… y mientras tanto… las redundancias, las excesivas referencias astrológicas, artísticas y literarias, las demasiadas visitas al diván de la autoconmiseración terminan por causar indigestión. ¿Es que contar una historia carece ya de atractivo intelectual?
Llegamos entonces a C bajo el signo de la fatiga y el desconcierto. ¿Qué nos espera? Una incontinencia potenciada mientras el narrador sigue a la fantasía amorosa creada por Newman en sus interminables cavilaciones y que se expresa de la siguiente manera: “¿Qué te pasa, chatilla, qué te pasa? Cantaba la nana. Cantaba la rana. Te dan ganas de dormir. Y despiertas en Mazunte. Qué horrible canción. Te cae mal Pedrito y su mochila azul”. Y así, siempre en picada, hasta que llegamos a la página 323 y respiramos hondo para recobrar algo de nuestro maltrecho optimismo.
Si algo vale la pena son las páginas dedicadas al comportamiento de los cangrejos y a su fascinante morfología.
ÁSS