Nudos

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Un nudo puede ser muy distinto a otro: algunos nos dan la confianza para soltarnos, otros los hacemos para evitar soltar.

"Todo nudo implica una discontinuidad: con ellos se ata lo que por naturaleza no está unido". (Foto: Fatality Duck | Unsplash)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Navegando en internet encontré la historia de un hombre que se dedica a inventar nudos de corbata; hasta la fecha ha ideado quince mil, cada uno tiene un nombre y con ellos montó una boutique muy elegante. Por curiosidad me asomé a sus nudos: algunos son muy escultóricos, como flores de una belleza rara; otros, claro, me parecieron horrendos, un sacrificio necesario a la ley de probabilidades porque los matemáticos, debo decirlo, estudian a este hombre.

Pero además de la matemática, su caso es el del triunfo del aire: estaba desempleado y consiguió un trabajo de portero en uno de esos edificios neoyorkinos que hemos visto en las películas. Como un portero debe ser elegante, el hombre discurrió embellecer el nudo de sus corbatas. Podemos imaginar cuánto se aburriría en ese trabajo, pero eso no es lo importante. Un portero de edificio no tiene otro instrumento que la puerta que abre y cierra, el suyo es un oficio de aire y de palabras que también son aire. Por eso me pareció hasta poético que en esa situación se le ocurriera inventar nudos, otro oficio aéreo pues parte de lo que hay a la mano. Es, a su manera, un arte como el de los moños para regalo. También la corbata con su nudo envuelve a los hombres y en cierto modo los clientes de este creador de nudos parecen regalos de moño descollante.

Todo nudo implica una discontinuidad: con ellos se ata lo que por naturaleza no está unido o cerrado, desde las agujetas hasta los muelles y los barcos o las bolsas del mercado que los marchantes atan con un nudo imposible de deshacer. El nudo es un invento pre tecnológico, algo que no requiere más que habilidad manual, cosa que no siempre se tiene: a los niños hay que enseñarles a amarrarse los zapatos y no siempre quedan bien. Quizá el nudo fue un triunfo de la evolución. Los distintos nudos tienen nombre y son una extraña prolongación del abrazo. Los nudos marineros, que tienen su arte y dificultad, cumplen cada uno una función y, entre ellas, salvan a los barcos de ir a la deriva. También los nudos cuidan a los montañistas de caer al abismo.

Hasta aquí la gracia y la necesidad del nudo. Existen también los nudos que lo complican todo. Los músculos se anudan, las relaciones, el cabello; se forman nudos por descuido, a veces se crean por maldad o desesperación, como el nudo de la horca del que pende el condenado. Y hay nudos que es necesario cortar. Pero a mí me preocupan los clientes refinados del hombre que diseña nudos de corbata: ¿lo podrán deshacer después, no quedarán enredados en su propio nudo, anudados? O quizá, cuando lo logren, sientan cierta desazón al ver lo que queda entre sus manos: una simple tira de seda, aire al fin.

AQ

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