¡Ay, esos calendarios de las películas, gordos como pasteles blancos, con sus hojas que volaban cuando nos querían decir que pasó el tiempo! Quizá los venden todavía en las papelerías del centro, para burócratas despistados que aún los aposentan en sus escritorios y les van arrancando los días como la vida nos los arranca a nosotros.
Nosotros, en casa, cuando alguien comenta sobre un suceso importante, una fecha que se espera, el fin o el comienzo de los cursos, los cumpleaños, volteamos a ver el calendario de la cocina como si fuera una ventana al tiempo, un mapa para llegar al día señalado y en fechas cruciales tachamos con impaciencia los días que se van esfumando como esas hojas de las películas. Lo seguimos haciendo en este enero, sólo para toparnos con el terco mes de diciembre del año anterior que parecía burlarse de nosotros. ¿Quién guarda los calendarios viejos? Son un poco como el manido periódico de ayer; si acaso, las bonitas reproducciones de Van Gogh se duermen en un cajón para el archivo.
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Curioso, este año no llegó la agenda de obsequio de una editorial o una feria, como solía ocurrir; tampoco la pescadera nos regaló su calendario de ilustraciones marinas, ni el vendedor de quesos el suyo, como si ya no valiera la pena el esfuerzo de planear el tiempo, el entusiasmo de admirar cada mes como un paisaje distinto presidido por el clásico cuadro de la leyenda de los volcanes de Jesús Helguera. Las librerías cerradas para conseguir uno nuevo de Van Gogh o Edgar Hooper que ilustren tiempos locos o deprimentes, recurrimos a internet. En lo que esperamos a que la red obre sus maravillas a domicilio, cada que alguien menciona una fecha señalada —pocas, pero sí tenemos— seguimos girando la cara hacia el hueco en la pared de la cocina y su clavo huérfano, como manada de suricatos. En ese hueco sigue viviendo nuestro dios del tiempo como un santo en su nicho y la ausencia del calendario produce cierta desorientación. Es verdad que podemos consultar la fecha en computadoras y celulares, pero no es lo mismo: como el sol que señala las horas, el paso de los días es un lugar hacia el que uno mira.
Mirar el calendario y saber que faltan dos o tres semanas, o que ha pasado sólo uno desde las fechas que importan es parte de la vida corporal. Estos tiempos son raros y raras también estas pocas semanas pasadas sin calendario, un ahora que no avanza y en la espera del milagro, menos, y así recuerdo el proverbio de Machado: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.” Carpe Diem.
AQ