Gerardo Murillo, el célebre Dr. Atl (1875-1964), fue un artista e intelectual proteico que cultivó, con entusiasmo rayano en el delirio, las más diversas parcelas del arte y del conocimiento. En su juventud, mientras realizaba su noviciado artístico en Europa, e inmerso en el clima de las vanguardias, planteó, junto con otros creadores europeos, el concepto de “artistocracia” y abrigó la idea de fundar una reserva de mentes brillantes que habitarían en una ciudad ideal.
Cuauhtémoc Medina, en su libro Olinka, la ciudad ideal del Dr. Atl (El Colegio Nacional, 2019), indaga en la personalidad contradictoria de este multiusos artístico y rastrea la larga y retorcida evolución del proyecto de ciudad ideal del paisajista, vulcanólogo, filósofo, novelista y seductor mexicano.
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Desde su estancia juvenil en Europa, Atl se liga a un grupo de vanguardia, agrupado alrededor de la revista L’action d’Art que proclama la función y el estatuto superior del artista y proyecta una ciudad donde estos seres excepcionales puedan interactuar más adecuadamente. Esta “artistocracia” del joven Dr. Atl queda postergada durante décadas debido a que el pintor regresa a México para oponerse al régimen de Victoriano Huerta, participa como partidario del carrancismo y otras facciones revolucionarias y, luego, durante la incubación y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial mantiene un estruendoso antisemitismo y un soporte explícito a las potencias del Eje y a Hitler. La inquietud por su ciudad ideal, como lo señala Medina, resurge hasta que el fascismo es derrotado.
Atl revive, cuatro décadas después, su proyecto e invita, sin mucho éxito, a numerosos políticos, artistas y científicos mexicanos a sumarse a esta “aceleración del progreso humano”. Busca crear en México una ciudad que se constituya en núcleo internacional de la innovación artística y científica y que, en particular, permita impulsar la conquista del espacio y fundar la ciencia de la “cerebrología”.
La Olinka de Atl se contempla sucesivamente en diversos paraísos de Chiapas, Jalisco y el Estado de México, incluye templos para adorar al hombre, museos arqueológicos, laboratorios y complejos hoteleros y el artista propone planes concretos para su financiamiento. El proyecto de Olinka se sustenta en un pseudo discurso científico y geopolítico entre ingenuo y esotérico que parecería un refrito (sin su sentido de la anticipación y fina imaginación) de la nueva Atlántida de Francis Bacon, que a momentos rememora la desenfadada demencia de Fourier (sin su genialidad) y que a ratos semeja la ambición tecnocrática y meritocrática de Saint-Simon.
Medina hurga en los motivos más recónditos del pensamiento de Atl (esos donde se cruzan la ocurrencia innovadora y la charlatanería, la desesperación por el vacío y los desvaríos lenitivos, el ateísmo cientificista y la auto-deificación) y ofrece un animado retrato de uno de nuestros más pintorescos Mesías intelectuales del siglo pasado.
ÁSS