Hay una suerte de escritura, no un estilo, que apenas y puede mantener el ritmo natural de la respiración; suena más a un resoplido, tal vez a un ronquido impertinente en mitad de la noche. Suena de este modo: “Los destellos del cromo en la piel. Abraza a Santos. Con fuerza. Con toda su fuerza. Lo aprieta fuerte y se deja caer a un lado. Un buen madrazo”. Es una escritura con la consistencia de una masa informe, la misma que Jorge Alberto Gudiño practica en Yo soy el otoño (Alfaguara), otra novela compuesta por delincuentes vulgares y pequeños jefes de la droga. Así que, junto a la trillada inmersión en una zona miserable del mapa delincuencial, tenemos que lidiar con esos resoplidos.
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He aquí a uno de esos hijos de la miseria (Juriel, tan solo un muchacho jugando a defender un territorio) convertido en narcomenudista en una barranca urbanizada donde todo se ha levantado a golpes de improvisación y rapiña. Hemos de creer que sus habitantes participan por igual de la violencia en la forma de la sumisión o el golpe traicionero, pero el narrador no deja de reconvenirnos para asegurar que la mayoría “eran buenas personas”.
Damos gracias y avanzamos entonces con tranquilidad por el laberinto de senderos y subidas y bajadas que conducen hacia terrenos baldíos, albañales o ratoneras, los escenarios de la guerra entre dos grupos rivales. Y he aquí a Juriel que se dice resuelto a huir de ese círculo de complicidades y venganzas solo para terminar aspirando a ser el nuevo Señor de la barranca.
Plomo, sangre, vísceras expuestas, arrebatos sexuales y algunas, y más que ordinarias, consideraciones filosóficas (“La incapacidad de verbalizar algo no anula el peso que significa llevarlo a cuestas durante toda una vida”): esta es la fórmula que sigue Yo soy el otoño, que, por cálculo elemental, parece concebida para satisfacer a un mercado empeñado en borrar la frontera entre el cliché y la tradición.
Así que ya lo sabes: si aspiras a ser autor de un libro, solo eso porque el escritor se encuentra más allá, no olvides convertirte a esta prosa sin trabajo y sin dolor: “Mirar sin hacerlo. Pensar lo que se siente tocar esas pieles. Suspirar porque, aunque son inalcanzables, estás, y quién sabe, tal vez con suerte”. No temas. Deja a un lado cualquier escrúpulo literario.
Yo soy el otoño
Jorge Alberto Gudiño | Alfaguara | México | 2025
AQ