Querido Pepe,
quisiera escribir una columna en la que cupieran todas tus hazañas y las obras que escribiste cuando pasaste o paseaste por este mundo, tus innumerables cuentos y ensayos y prosas, pero inevitablemente te escribo mails, como si continuara la sabrosa correspondencia que manteníamos de tiempo en tiempo y que a veces releo con nostalgia. Esos mails cargados de pequeños dilemas cotidianos o incluso de otros de mayor gravedad, es cierto, cosas que la edad y el tiempo te deparaban, dudas y comentarios sobre lo que habías escrito o lo que había escrito yo, cada uno en su columna como si conversáramos de balcón a balcón, al aire que es como uno escribe cuando teclea textos para la prensa, y al aire viajaban esos textos o revivían o se reencontraban, y al final los encuentro de nuevo en mi correo y, ay, cómo extraño recibirlos y saber de ti.
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Dondequiera que te encuentres o te encuentre yo más tarde que temprano, estoy segura de que si hay alguno que se siente Dios ya le bajaste los humos y pusiste a quienes te escuchen a leer a Étienne de la Boétie y su Discurso sobre la servidumbre voluntaria que tan bien tradujiste y tan pertinente sigue siendo. Y al tal Dios seguro lo habrás guardado en una lata de sardinas y ya el periódico del Cielo o como se llame aquel lugar estará bien escrito y sin erratas hasta el fin de los Tiempos, aderezado además con prosas libérrimas y citas cinematográficas y bibliográficas que hacen a las almas o lo que sean arrepentirse de haber desperdiciado el tiempo que les tocó estar en la Tierra.
Quisiera contarte cosas que nunca te conté, como que guardo en mi librero tus Cuentos para vencer a la muerte, el tomo ya casi deshecho, como una herencia del librero de mis padres a quienes seguramente se lo regalaste en su momento. No me atreví a decírtelo porque estaba segura de que me ordenarías quemarlo o me lo confiscarías, pues sé que no te gustaban esos primeros cuentos, publicados en 1955 en la colección Los Presentes que dirigía nada menos que Juan José Arreola, pero a fin de cuentas fueron un punto de partida que continuó en tantos y tantos libros: en tu Tren de historias, Traer a cuento donde quedaron reunidos todos tus relatos extraordinarios (¡aquel de Leda y el cisne con el ala manchada de nicotina!) Personerío, tus Muertes ejemplares y, mi preferido, tus Libertades imaginarias, entre tantos otros, tanta prosa extraordinaria que nos diste como regalo inmerecido. Espero con ansia la novela de la que me hablaste siempre y que al parecer se publicará gracias a nuestro querido José Luis Martínez; será una manera de que sigamos conversando. Como me decías tú: te quiere y te lee,
Ana
AQ