Una pregunta quemante ronda por las páginas de El palacio de los puros (UACM), la telúrica novela de Mario Panyagua: Abel Invierno, el protagonista, condenado a 402 años de prisión, ¿es en verdad un feminicida serial? Es una pregunta que no solo conduce a las mazmorras del desvarío y la penuria mental, sino al infierno carcelario que, con sus códigos de silencio y honor, se yergue al oriente de la Ciudad de México.
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Estas inmersiones brillan con luz negra por un efecto de contraste. Internado en un hospital psiquiátrico, Abel Invierno alterna los recuerdos de su existencia como pintor diletante —un impostor que pregonaba falsas cumbres artísticas, dueño de un espacioso departamento en la colonia Condesa y adicto a la piedra y a la cocaína— y su atribulado servicio como mascota y mandadero en la corte del convicto que gobierna la prisión mediante una red de ejecuciones, delaciones y complicidades. El mundo de allá afuera parece un baile de máscaras —hecho para simuladores y fanfarrones—, el mundo de allá adentro es transparente por su maniquea simplicidad: solo consiente amos o esclavos.
Apelando al principio de la paradoja, Mario Panyagua traza una suerte de mundo al revés donde el allá afuera tiene el aspecto de una alucinación habitada por sombras que arrastran cuerpos femeninos para depositarlos, ya apuñalados y desnudos, en el basurero de un parque, y donde el allá adentro manifiesta un orden monomaniaco que solo rompe el ingreso de un nuevo reo. La mente malsana —salpicada de jirones de recuerdos— de Abel Invierno se mueve trabajosamente de uno a otro sin rastro alguno de compasión hasta que terminan fundiéndose cuando ingresa a un hospital psiquiátrico —también una prisión, pero con la consistencia incolora del limbo—, desde donde escribe el libro que estamos leyendo.
Aunque se concentra en un destino individual, El palacio de los puros es un desventurado viaje por el México de nuestros días. No solo convoca a las creaturas más despreciables de la sociedad —criminales, autoridades y ángeles de la guarda por igual—; hace despuntar la posibilidad de que todos, sin excepción, seamos culpables de los crímenes que no hemos cometido. Mario Panyagua confirma así que es un maestro solitario de la irredención.
El palacio de los puros
Mario Panyagua | UACM | México | 2024
AQ