El 3 de agosto de 2019, a las 10:15 horas, un hombre, infectado con las visiones apocalípticas del Gran Reemplazo y armado con una AK47, disparó contra la multitud que hacía las compras en un supermercado de El Paso. El saldo: 23 muertos y decenas de heridos, inmigrantes e hijos de inmigrantes de origen hispano. Esta masacre es el detonador de Pantano (Almadía), una novela-ensayo-reportaje-memoria autobiográfica, de Ana Emilia Felker.
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En el centro se encuentra una familia partida por la distancia geográfica, con un pie en México y otro en Estados Unidos. Pero, contra toda apariencia, Pantano difiere las preguntas sobre la identidad. Ana, la protagonista, ha dejado la Ciudad de México para cursar el doctorado en una universidad de Texas y rencontrarse con su padre, que años atrás partió en busca del sueño americano, y con su abuelo, un excombatiente ya doblegado por el deterioro mental. El rencuentro tiene mucho de herida abierta y de nostalgia, y enmarca la pesquisa intelectual de Ana: ¿qué significa la blanquitud en un país donde el supremacismo se ha elevado a razón de Estado cuando las proclamas racistas y xenófobas han tenido el gusto dulzón de la demagogia populista?
Ana interroga a la obra de Morris Berman y a la de Stefano Harney y Fred Moten —y su concepto esperanzador de los abajocomunes—, explora los bajos fondos donde los antifas —grupos de resistencia armada— se preparan para combatir a los grupos neonazis, recoge los testimonios de algunos sobrevivientes de la masacre y busca el rastro de los antiguos pobladores mientras no deja de sorprenderse por el número de banderas que ondean en honor a Donald Trump. Con cautivadora pasión, transmuta la reflexión en un ejercicio narrativo, y de esta manera, siguiendo el curso agitado de sus pensamientos y sus emociones, se narra también a sí misma.
No es casual que Ana Emilia Felker concibiera Pantano como un anfibio. Se mueve por varios géneros con naturalidad y elegancia, y sugiere la naturaleza de quienes habitan, al menos, dos mundos que creemos incompatibles, aunque vecinales, divididos por líneas caprichosas. Transitar del sur al norte, y de regreso, una y otra vez, plantando allá lo que es de acá, visto desde cualquier punto, podría valorarse como el viaje de descubrimiento de una extraordinaria condición.
AQ