Pasos | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

"De vez en cuando grita, allá afuera, una ambulancia... pero el silencio absoluto sería aterrador. Ya lo es el silencio de los que se fueron sin podernos despedir".

"Pasos y palabras como quien oye pasos: llevamos ¿casi un año? escuchando pasos". (Unsplash)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

En el confinamiento uno empieza a oír los pasos e identificarlos: el paso que se arrastra de quien ya está cansado, los fuertes saltos de los niños y los jóvenes, el pasito desacompasado del gato viejo. Uno escucha también sus propios pasos y los zapatos que elegimos y cambiamos para salir a la calle tocan ritmos diferentes. A los pasos de casa se añaden, a veces, los pasos de los vecinos —¡aquella vecina que bailaba sobre nuestras cabezas, hace tiempo!— en el techo y por el cubo de las escaleras. Pasos y palabras como quien oye pasos: llevamos ¿casi un año? escuchando pasos. A los pasos se añaden los murmullos, las toses, los timbres y los ecos, el gorgoteo de las tuberías, perros que jadean al regreso del paseo, músicas cercanas o en sordina. De vez en cuando un grito nos asusta, luego se apaga. De vez en cuando grita, allá afuera, una ambulancia, entre los cláxones y los motores de los autos. La soledad es también esta extraña sinfonía siguiéndonos por toda la casa; quizá habrá quien no la escucha y se lamente del silencio, pero el silencio absoluto sería aterrador. Ya lo es el silencio de los que se fueron sin podernos despedir; ¿cuánto silencio más nos queda?

Para muchos aquel encierro no ha existido nunca; aquellos que lo hemos practicado, en la medida de las posibilidades, hemos aguzado los sentidos y el tiempo pasa, quizá, más lento. Las cosas pequeñas se han hecho grandes y vemos la proximidad de aquello que se sentía normal como un cambio de ritmo, los músicos de la orquesta se preparan para sentarse a tocar y que recomience el baile. ¿Se reanudará pronto el baile? Pienso en la proliferación de prosa y poesía sobre la pandemia que surgirá en este año que comienza y en los próximos, mientras leo en Léxico familiar de Natalia Ginzburg, libro extraordinario que una buena amiga me puso ante los ojos, este párrafo situado en la posguerra italiana:

En aquel tiempo había dos formas de escribir. Una de ellas consistía en una simple enumeración de acontecimientos, siguiendo el rastro de una realidad gris, lluviosa, avara, sobre el telón de fondo de un paisaje austero y mortificado. La otra era un entremezclarse en los acontecimientos con violencia y con delirio de lágrimas, de suspiros convulsivos, de sollozos. Ni en un caso ni en el otro se escogían ya las palabras, porque en un caso las palabras se confundían con lo gris y en el otro se perdían entre los gemidos y los sollozos.

Toda proporción guardada, pero ¿seguirán nuestras palabras aquel rastro de una realidad avara o se entremezclarán con violencia y lágrimas? Otros, quizá, seguiremos la huella del antiguo caminar interrumpido, concentrados en escuchar estos otros, obsesivos, pasos.

AQ

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