Otra peli navideña de Hallmark | Un cuento de Adrián Curiel Rivera

Ficción

Un hombre con el rostro al revés ha aprendido a vivir en un mundo que lo repudia. Su familia ya no festeja la Nochebuena... es una mentira más para evitar al monstruo.

Ilustración: Ángel Soto
Adrián Curiel Rivera
Ciudad de México /

La luz diáfana del amanecer tropical se filtra a través de la ventana de su cuarto. El hombre con el rostro al revés se levanta de la cama. Como todas las noches, hubo de acostarse boca abajo para que la cara quedara mirando hacia el techo y no corriera peligro de ahogarse. Una posición de descanso a la que se ha acostumbrado desde bebé. Baja las escaleras a pasos de cangrejo y mucho cuidado para no tropezarse, arrastra la mano hacia atrás sobre el barandal. Se sirve café con una de esas torsiones de brazo inverosímiles que ha aprendido a ejecutar; dobla el codo sobre sí mismo y agarra la taza con el meñique en la parte superior del asa y el pulgar abajo. Un giro de muñeca y el brazo vuelve a contorsionarse en un movimiento que hubiese significado una fractura para cualquier otra persona. Levanta el rostro sobre su espalda y da un sorbo. Come un trozo de bizcocho inglés. Retrocede al subir las escaleras. En el baño, frente a uno de los espejos encontrados, con los brazos torcidos hacia atrás, se anuda la corbata. Es el único de la familia que la porta en Navidad. Su aspecto siempre luce un tanto raro, no solo por la obviedad de que tenga la cara invertida; por más que se esmera, el saco le abulta bajo su barbilla, que queda atrás. De frente, sobre el cuello de la camisa, se observa su cabellera bien peinada. Con las manos volteadas, se coloca en la nuca el sistema de cámaras que él mismo ha diseñado.

Su padre, el senador González, murió de un infarto fulminante. Su madre, Agatha Ruiz de González, y sus hermanos, Ian y Casilda González Ruiz, que actualmente viven en Ciudad de México, han renunciado a la opulencia de las fiestas en la casona de Houston (bajo investigación), adonde él nunca acudía. Ahora prefieren celebrar austeramente la Navidad en la casa de playa de Chickxulub. Ya nunca festejan la Nochebuena. Una mentira más para evitar al monstruo.

Cuando le practicaron el ultrasonido a su mamá y se dieron cuenta de la anomalía, Agatha amenazó al senador González con abandonarlo si insistía en un aborto. Ella siempre ha sido muy religiosa, y si ese era el deseo de Dios, había que apechugar. Ian y Casilda nacieron perfectamente sanos. La relación nunca fue fácil. Trataban de defenderlo ante las reiteradas humillaciones, pero era difícil resistir la tentación de pasarse al otro bando y también burlarse. De niño, una amiguita lo invitó a saltar juntos una barda. Él ponía su máximo empeño y corría hacia atrás mirando fijamente el obstáculo. Era biónico, le dijo la niña. Él sonrió feliz. Un engendro biónico. Lloró. En el futbol lo ponían a tirar penaltis. Desconcertaba mucho al portero rival ver el pelo de un freak en lugar de una cara. Aprendió a pelear muy bien con los aspavientos de que era capaz, y con sus cabezazos bidireccionales. El psicólogo de la escuela le aplicó un test para determinar si tenía algún problema. ¡Un problema! Además de tener la cara girada como la chica de El Exorcista. Estudió ingeniería biomecánica, se independizó y resultó ser una eminencia. Actualmente trabaja para una trasnacional en Mérida, aislado en un piso de esos nuevos rascacielos.

En la casa de Chickxulub, los cuatro fingen pasar un buen rato. Están sentados en el amplio comedor, la silla de él al revés para que su rostro mire la tetera humeante y las galletitas de jengibre sobre la mesa. Y el arbolito. Realmente hacen un esfuerzo. Al salir, escucha el rumor de las olas de ese soleado día invernal. Retrocede con la cabeza en alto y se dirige al mini Tesla que le regaló Elon Musk y qué el mismo acondicionó. Entre las ramas de una buganvilia encuentra por casualidad un nido. Lo extrae con un descoyuntamiento de hombro. Adivina cómo su madre y sus hermanos sacarán —para el recalentado— el pavo oculto en el horno, cuyo olor trataban de disimular con aromatizantes. Presiente la llegada de multitud de primos y sobrinos en sus autos. Arroja los huevos a la arena y los pisotea. No importa, por la noche se consolará viendo más películas de Hallmark.

Adrián Curiel Rivera (Ciudad de México, 1969)

Es autor de los libros de relatos 'Unos niños inundaron la casa', 'Amores veganos' y 'Día franco', y de las novelas 'Paraíso en casa', 'Blanco Trópico', 'Vikingos' y 'Bogavante'.

AQ

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