En ‘Los peones son el alma del juego’, todo es indiscreción y chismorreo

Libros | A fuego lento

En la novela de Homero Aridjis, antes que un retrato de atmósferas y personajes de una época, uno tiene la impresión de estar presenciando un ajuste de cuentas.

'Los peones son el alma del juego', novela de Homero Aridjis. (Alfaguara)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

¿Cómo acometer la reseña de Los peones son el alma del juego (Alfaguara) de Homero Aridjis? ¿Haciendo quizá la lista fatigosa de las demasiadas celebridades del mundo de la literatura, el cine, las artes plásticas, el teatro… que convoca?: Rulfo, Arreola, Paz, Monsiváis, Pacheco, Fuentes, García Márquez, Chumacero, Elizondo, García Ponce, Pita Amor, Elena Garro, Buñuel, Dennis Hooper, Enrique Rocha, Rock Hudson, Toledo, Nahui Olin, Leonora Carrington, Remedios Varo, Gurrola… ¿O haciendo sólo el inventario de los barrios, cafés y calles por donde se mueve esa marabunta?: el Centro, La Merced. Coyoacán, la colonia Condesa, Chapultepec, la Zona Rosa, el Chufas, el Tirol, el Kiko’s, Reforma, Bucareli, Balderas, Río Nazas, Melchor Ocampo… ¿O convendría más hacer una selección de los autores y las obras mencionadas?

La pregunta inicial no es retórica pues el talante narrativo de Los peones son el alma del juego es meramente acumulativo: sus 400 páginas tienen la forma de un bazar.

El guía por la Ciudad de México en las décadas de 1950 y 1960, con sus protagonistas de la cultura y sus escenarios, es un joven instructor de ajedrez y aspirante a poeta. Es omnipresente pero no es Ixca Cienfuegos. No tiene su fuerza simbólica y carece de su naturaleza demiúrgica. Sin embargo, y por gracia caprichosa de su creador, abre todas las puertas, recibe la amistad y aun los elogios del Olimpo intelectual y hasta es un confidente imparcial de sus comidillas, rencores y secretos.

Así llegamos a lo que parecen ser los motivos de Homero Aridjis. Antes que un retrato de atmósferas y personajes de una época, uno tiene la impresión de estar presenciando un ajuste de cuentas. De Juan José Arreola, por ejemplo, sobresale la imagen de un hombre acosado por cobradores a quienes se niega a darles la cara. José Emilio Pacheco no pasa de representar al convidado capaz de dar cuenta de la cena y la cerveza de su anfitrión: un compulsivo tragón. Fernando Benítez es un reyezuelo iracundo que sufre de cólicos y apenas mira a sus semejantes, y etcétera y etcétera. Como falta el impulso satírico, todo se queda en la indiscreción y el chismorreo.

Por cierto: quien busque el ajedrez en Los peones son el alma del juego debería mejor poner su curiosidad en Martin Amis o en Nabokov.

Los peones son el alma del juego

Homero Aridjis | Alfaguara | México | 2021


​AQ

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