En Normandía y en todo el mundo

Café Madrid

En la nueva película de Emmanuel Carrère, Juliette Binoche encarna a una periodista que se infiltra en un entorno laboral ruin para dar cuenta de las condiciones deplorables que padecen las trabajadoras de la limpieza en de Francia.

Juliette Binoche protagoniza 'En un muelle de Normandía'. (Cortesía: Memento)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Hubo un tiempo en el que había “trabajos de verdad”. Destinabas ocho horas de tu tiempo a la actividad que no sólo te daba dinero para vivir, sino que también te dignificaba, tenías un par de días libres a la semana, festivos e incluso puentes, tus vacaciones reglamentarias y las prestaciones de ley que el Estado de Bienestar (construido a base de luchas, reivindicaciones y hasta de Revoluciones) te concedía y todas quedaban bien estipuladas en tu contrato fijo e indefinido. Con tu sueldo podías comprarte “una casita”, “un cochecito” (aunque sea en abonos) y hacer de vez en cuando “un viajecito” y, claro, así también podías formar una familia, si es que esa era tu elección. Cuando llegaba el momento, te jubilabas y recibías una pensión que te permitía enfocarte con gusto y libertad en llevar a cabo lo que considerabas “pendiente” para sentirte “realizado” hasta el final de tus días o para emprender el “negocio de tus sueños” o para “reciclarte” en otro sector si te daba la gana. No era algo exclusivo de los llamados “trabajos cualificados”, pues un montón de oficios implicaban lo mismo en mayor o en menor medida. En la vieja Europa, por ejemplo, gracias a eso había lo que muchos llamaban con satisfacción “calidad de vida”.

En 2008, sin embargo, todo ese panorama se resquebrajó. El capitalismo salvaje entró en una crisis abominable y la vida de la mayoría de los ciudadanos, de aquí y de allá, se precarizó de manera obscena. En Alemania comenzaron a proliferar los mini-jobs, con lo cual se tenía que trabajar pocas horas en varios sitios para poder costearse techo y sustento. Un país como Francia, cuna de los Derechos Humanos, tampoco fue la excepción y buena parte de su población tuvo que acostumbrarse a situaciones límite. Unos meses después del crack de aquel desgraciado año, la periodista Florence Aubenas, curtida en varios conflictos bélicos, se propuso hacer a un lado la mayoría de los privilegios de su vida diaria en París, se instaló en un pueblo norteño del país y, al estilo de Günter Wallraff, se infiltró en la empresa que controlaba al ejército de limpiadoras del ferry que lleva y trae pasajeros de Francia a Inglaterra. Llegó a una saturada oficina pública de búsqueda de empleo, dijo que era una mujer sola y recién separada que necesitaba trabajar y que había estudiado hasta el bachillerato. Así se abrió el camino (“las aproximaciones realistas implican ciertas dosis de impostura”). Ese ejercicio de “periodismo encubierto” quedó plasmado en El muelle de Ouistreham, un libro que publicó la editorial Anagrama en español. Poco más de una década después, Emmanuel Carrère, que además de gran escritor es cineasta (no se pierdan El bigote, la adaptación audiovisual de su novela), roció con un poco de ficción esa historia real y la llevó a la pantalla grande.

La otra noche fui al preestreno de la película en el Instituto Francés de Madrid. Como cortesía para el público ibérico (que tiene que acudir a verla bien enmascarillado) la han titulado En un muelle de Normandía. Está protagonizada por Juliette Binoche y por un elenco de “actrices no profesionales”, es decir, limpiadoras de verdad. Juntas, en poco menos de dos horas, revelan lo que muchas veces en el primerísimo mundo es “invisible”: la dureza de un trabajo imprescindible y nada valorado, la importancia de cada euro ganado y gastado y la solidaridad (en este caso “edulcorada” por Carrère) entre compañeros de trabajo.

Juliette Binoche se encarga, sin ningún obstáculo, de guiarnos en su labor de exploración y denuncia de un puñado de arduas condiciones laborales: tender, por ejemplo, 230 camas, a cuatro minutos por cama, en el ferry que atraviesa el Canal de la Mancha. También nos deja ver su labor de escritura y, entre una cosa y otra, su voz en off va soltando reflexiones sobre lo que atestigua. Dice: “Todos enfrentan cada largo y pesado día con aparente resignación. Y estresados y extenuados, ninguna de estas personas se permite tener sueños o aspiraciones. Quizá porque la puta realidad les demuestra, una y otra vez, que es imposible salir de agujero en el que el sistema los ha metido”. Bueno, ocurre en Normandía y en todo el mundo.

AQ​

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