Repartidores de culpas

Libros | A fuego lento

'Había un perro bajo la cama', de Eduardo Cerdán, es una colección de testimonios de la vileza y egoísmo del género humano

Portada de 'Había un perro bajo la cama', de Eduardo Cerdán. (Nitro Press)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Un octogenario asiste a un coctel a la FIL de Guadalajara para obtener el autógrafo del columnista político al que sigue con devoción pero no puede evitar emborracharse con vino barato, abrumado por la grandeza de sus expectativas, y termina vomitando y, vaya-vaya, perdiendo la dentadura postiza frente a una audiencia burlona. Este es el tipo de escenas con el que Había un perro bajo la cama (Nitro Press) intenta ganar la simpatía de los lectores. A tales ocurrencias, y a una escritura que confunde el juicio ordinario con la ligereza (“Admirar a un columnista, a ese columnista en especial, ya es un osazo”; “la segunda, en cambio, bultea a las cuatro cervezas”), se suma un repertorio de perros abandonados, atropellados, mutilados, enfermos, traumatizados, despreciados… como testimonios de la vileza o el egoísmo del género humano.

No vaya a creerse que Eduardo Cerdán escribe bajo la estrella de Jack London y El llamado de la selva o de Charles Dickens y Oliver Twist. Si sus diez cuentos reclaman la presencia de un perro es porque son proclives al cliché y, aun peor, a traficar con la culpa, y nada como un perro sufriente para provocar espasmos de sentimentalismo. El cuento que da título al libro presenta a un individuo entrado en los treinta que pretende llenar el espacio vacío de su departamento con una mascota “que nadie querría ganarle” (ah, la soltería despechada). 

En “Cómo se hace un fantasma”, el protagonista, un damnificado del sismo de 2017, adquiere a una cachorra para salvarse a sí mismo y del hastío, y se obsesiona con la posibilidad de clonarla luego de refrigerar su cadáver (ah, la paternidad disfuncional). 

En “A espaldas del cuento”, el narrador planea sobre un mercado hasta dar con un padre, un empleado que se parte el lomo por un sueldo miserable, en busca de un pitbull, regalo de Día de Reyes para su hijo, solo para obtener un animal enfermo que no tardará en ser arrojado al basurero (ah, la infancia de los niños comunes y corrientes).

Y así, escarmentados y observando la repartición de pesadas losas, hasta que por fin encontramos la salida luego de que el joven de “El árbol de flores rojas” recuerda a la perra atada y con los ojos acuosos mientras viaja por carretera con la amante que podría ser su madre (ah, las sábanas ajenas del adulterio).

Había un perro bajo la cama

Eduardo Cerdán | Nitro Press | México | 2022

AQ

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