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Personas y personajes | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

Pocas personas se dan cuenta de que un escritor las ha convertido en personajes de novela. Pero, sin duda, hay casos muy curiosos de identificación con un personaje.

Ana García Bergua
Ciudad de México /

No sé si muchos novelistas comparten la fantasía pueril que he tenido cuando alguien me ha llegado a ofender: vengarme haciendo un retrato espantoso de esa persona en mi próxima novela. La verdad nunca lo he hecho porque luego la dichosa venganza no encaja en la trama, el personaje no tiene nada que ver y luego pasa el tiempo y los rencores se perdonan o se diluyen. Ciertamente hay quienes encarnan el famoso rencor vivo rulfiano y habrá quienes los sufran, pero esa es otra cosa: para bien o para mal, no todos los rencorosos son novelistas.

Reproducción realizada por Google de la carta. (Google)
Reproducción realizada por Google de la carta. (Google)

En sentido inverso, pocos se dan cuenta de que un escritor los ha convertido en personajes de novela, a menos de que sean políticos o figuras poderosas, en cuyo caso el escritor puede temer la cárcel. Algunos muy evidentes tienen dedicatoria. Ahora que se cultiva la autoficción, el riesgo siempre se corre, incluso de manera deliberada. Pero he sabido de historias en las que alguien temía que su madre se viera retratada de manera atroz en la novela con la que purgó su conflicto de infancia y a ésta le fascinó: jamás se le ocurrió que aquel personaje de rasgos tan oscuros podía ser ella misma. Por eso quizá no es tan eficaz dirimir venganzas personales en la narrativa; puede pasar que el aludido no se dé cuenta o de plano no lo lea.

Hay casos curiosos de identificación con un personaje, como en esta historia de Eça de Queiroz: un poeta romántico contemporáneo suyo, Bulhão Pato, creyó verse retratado en el personaje de Tomás de Alencar en Los Maias y publicó una larga Sátira en la que se vengaba del gran novelista portugués. En una carta al diario El Tiempo de 1889, Queiroz aclaró que en ningún momento se le pasó por la cabeza la figura de este hombre a la hora de crear a Alencar: “Ahora bien; ¿conozco yo por ventura de este modo íntimo y minucioso al Sr. Bulháo Pato? (…) Nada sé de su vida, de sus costumbres, de sus opiniones. Nunca probé de su cocina. Y añadiré también (…) que casi no probé aún de su mejor poesía”. Y aclaraba el escritor que el modelo de su personaje fue otro poeta que publicaba sus versos en un periódico y en el que sintió “una soberbia encarnación del lirismo romántico”. Eça de Queiroz se pregunta en qué se identificaría Pato con Alencar; si en las virtudes, sería un caso de soberbia; si en los defectos, “nunca en el mundo se habría visto un tan doloroso ejemplo de rebajamiento y de envilecimiento de sí mismo”.

Lo más genial es cómo concluye su carta al diario: explica que la escribe para “apelar a la reconocida cortesía del autor de la Sátira y rogarle el obsequio supremo de retirarse de dentro de mi personaje”.

Esa sí es una buena respuesta.

AQ

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