¿Quién, pero quién, tiene la imaginación y el arrojo para trocar a Monterrey en Moscú o San Petersburgo, transformar una cantina miserable en la estación espacial Sályut y a una corte de alcohólicos y desheredados en orgullosos cosmonautas empeñados en nunca tocar tierra? ¿Quién es capaz de trasmutar a Alonso Quijano en un oficinista llamado Nicolás que renuncia a sus obligaciones más mundanas para convertirse a su vez en Nikolái Nikoláievich Pseldónimov? ¿Quién? Solo David Toscana, quien con El peso de vivir en la tierra (Alfaguara) ha hecho de la existencia humana un acontecimiento literario.
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La vida siempre está en otra parte, o al menos no donde dispuso la biología o el azar. Siguiendo esta intuición, Nikolái resuelve viajar al lejano cosmos para liberarse de toda carga. Su empresa, cómo no, es quijotesca y convoca también a su esposa —ahora Marfa Petrovna—, un borracho en recuperación, un prestamista, un tísico, una viuda alegre y una joven idiota. La novela adquiere entonces la forma de un accidentado preparativo, y, sobre todo, de otra modalidad del viaje: la del homenaje a los grandes escritores rusos. Porque, como el lector ya habrá sospechado, de tanto leer a Gogol y a Dostoyevski y a Tolstói y a Chéjov y a Bábel…, la mente de Nicolás-Nikolái se ha rusificado.
Estamos en 1971 —cuando la Unión Soviética lanzó la nave Mars 3— pero de igual manera en 1904, asistiendo a la muerte de Chéjov, o en 1950, mientras la KGB arresta a Solzhenitzyn, o en 1837, viendo cómo una bala atraviesa el pecho de Pushkin, o en… La mente de Nikolái viaja libre de ataduras porque él mismo ha decidido ser un tránsfuga para ganarse la plena ciudadanía de la galaxia de la ficción. Y no hay que creerlo un loco; permanece tan cuerdo que puede distinguir la grandeza de Anna Ajmátova de la puerilidad de Gorki.
Los mundos de Toscana tienden cada vez más hacia la cancelación de la realidad en nombre de la razón superior de las palabras que se conjuran para crear hermosos sueños. Están habitados por seres cuya desmesura es tan grande como sus dones para fabular a costa de su cordura. Sabemos qué quimeras nombramos cuando decimos dostoyeskiano, kafkiano o faulkneriano. Ahora hay que aprender a decir toscaniano.
El peso de vivir en la tierra
David Toscana | Alfaguara | México | 2022
AQ