Contra todo pronóstico, una novela sobre la adicción a las drogas no es para talentos menores. La mayoría termina emitiendo una sarta de balbuceos semejantes a los de un yonqui abandonado a sus delirios o confiando en que el relato de su experiencia señale el punto donde inicia el camino de redención. Diría que muy pocos pueden transformar las muecas de la vida en literatura.
- Te recomendamos El fraude de Los Pinos | Por Avelina Lésper Laberinto
Con La piedra de las galaxias (Moho), Adrián Román ha conseguido materializar esta pretensión alquímica. No solo exhibe grandes recursos de ingenio y estilo; también sabe asestar el golpe en el momento indicado y aun convertirse en el único objetivo de su sarcasmo. Y no es que el mundo circundante carezca de atractivo frente a la sensación de habitar “entre los hielos de la última cuba de la noche”, como confiesa el narrador, un malandro que malvive de la generosidad de sus compañeros de ruta y aspira a escribir una novela; es que nada importa más que consumir una piedra tras otra hasta descubrir que “El placer cobra a cambio de su presencia, y no es barato”.
Si hemos de hablar de un argumento estaríamos obligados a decir que La piedra de las galaxias se compone tan solo de jornadas interminables de encuentros con la piedra, seguidas de otras no menos interminables batallas contra la abstinencia. Puede parecer monótono, a no ser por todas esas frases que duelen como aforismos envenenados y que Adrián Román deja caer a medida que el protagonista ve cómo ingresa en una espiral de indigencia física, ruina emocional y recuerdos incompletos de la envenenada figura de su padre. El humo quemante arrulla, y actúa “Como si dios pusiera su mano donde me duele”, y, sobre todo, exige sumisión absoluta. Así, con solidario estupor, atestiguamos que esa sumisión es la razón de todo el dolor y el naufragio existencial del protagonista, quizá su verdadera amiga.
Una de las delicias más gratas de La piedra de las galaxias es el poderío de sus imágenes. De principio a fin, mantiene un tono que oscila entre la lucidez y un desvarío bien temperado, como si los efectos de la droga variaran conforme pasamos del optimismo a la amargura. Consigue que el lector comparta otro inusitado placer, el que proviene de iluminaciones como esta: “De un tiempo a la fecha, me he montado en ese caballito mecánico de farmacia que es la ansiedad”.
La piedra de las galaxias
Adrián Román | Moho | México | 2020
AQ