Para Platón, la belleza no era un fin, era un medio
para acceder al conocimiento y la verdad
y, en este sentido, de una utilidad evidente.
En su diálogo, Fedro, el personaje de Sócrates sostiene
que la belleza es una forma de inspiración divina
que nos permite elevarnos por encima de lo terrenal
y contemplar las cosas en su verdadera esencia.
La belleza, pues, no se limita a lo que vemos
o percibimos a través de los sentidos,
sino que es una puerta de acceso
a un conocimiento superior.
Por eso, Platón consideraba
que la contemplación de la belleza
—muy lejos de la inutilidad que postuló Freud—
es una actividad fundamental para el ser humano.
Tanto lbn Arabi como Rumi, dos poetas sufis,
insistían en que la belleza se manifiesta en la imagen.
Esta belleza es la que crea el amor en el ser humano:
despierta su nostalgia de ir más allá de las apariencias
y moviliza la imaginación para entregarse
por completo al juego del amor.
Este enigma de la belleza universal
encontró en la mujer, sobre todo en Occidente,
su símbolo más tangible durante siglos.
En la belleza femenina
se alían lo espiritual y lo físico,
la trascendencia y la naturaleza.
Pero Platón va más lejos en el Filebo:
en las formas geométricas perfectas
se encuentra el más alto ejemplo
de una belleza que nada tiene que ver
con las pasiones ni los sentimientos.
“Por la belleza de las figuras no entiendo
lo que muchos se imaginan, por ejemplo:
cuerpos hermosos, bellas pinturas;
sino que entiendo como bello lo recto y circular,
las obras planas y sólidas, trabajadas a torno,
así como las hechas con regla y con escuadra.”
Estas figuras no son bellas por comparación,
sino que son bellas por su propia naturaleza.
AQ