No está aquí mi maleta,
pero tampoco está el cuarto.
¿Qué cuarto? No he estado
en ningún cuarto aquí, pero debe haberlo.
¿Dormí en él?
Había varias personas, pero no sé si yo estaba.
¿Dónde dejaron sus maletas?
Acaban de pasar junto a mí dos de ellos
y dieron vuelta en el corredor.
¿Pero en cuál? Todos los pasillos son blancos,
Y todos parecen estar forrados.
Deben ser ellos los que me trajeron a este lugar.
Seguro entraron a bañarse,
y seguro creen que yo sé cómo llegar ahí,
o al cuarto,
o a algún pasillo más amplio,
que debe haber en alguna parte,
para poner las maletas,
una junto a la otra, sobre unos tubos rojizos.
Pero quién sabe si ahí también esté la mía.
Oigo el ruido de las regaderas.
Todas están abiertas y el agua sale con fuerza
y gira, pero hay algo sucio
que no se va.
Antes tengo que encontrar mi maleta,
aunque no hay lugar en las regaderas para ponerla.
Las personas que entraron ya no están.
Voy a esperar aquí, a ver si pasa alguien
que me diga otra vez cómo volver. O a ver si quiere
llevarme.
Ese pájaro
que baja a picotear el asfalto
muy cerca de su pie, es algo
que jamás ha visto.
No hay con qué compararlo;
nada que lo emparente con aquel gato
o que comparta
con ese arbusto.
Todos son habitantes inesperados;
contundentes presencias
del espacio que, de momento,
compartimos con ellos. No hay reinos
que los reúnan o los separen
en sus precisos territorios,
ni palabras
donde se empalmen. Éste,
que ahora agita las alas
y brinca entre la hierba y el polvo,
es único.