El polvo habita las casas como un huésped silencioso y a la espera; si se le deja tranquilo, teje pompones y telas grises, apropiados para vestirlos en las ceremonias mortuorias. Es como la tela de una araña terca e invisible, la araña del tiempo y de nuestros inconscientes movimientos cotidianos. Cuánto polvo se puede acumular en una casa con los años; por más que se limpie, cualquier cambio deja en evidencia su avance implacable, su recordatorio de que eso somos y seremos, hagamos lo que hagamos el polvo nos invadirá. La maldición de la mortalidad y los lamentos de los poetas nos persiguen en el polvo que se mete en la nariz y en los ojos, polvo enamorado de nuestras partes húmedas, sediento de vivir: un polvo draculesco. Será quizás por eso que los españoles llaman polvo a un acto que involucra tantas humedades y exploraciones.
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Guadalupe Amor lo llamó “constructor del mundo” en un poema que se llama “Polvo” y se puede escuchar en internet con su voz profunda y teatral. También le dice:
En los espejos, al verte,
miro mis poros ajados,
de eterno polvo impregnados,
de antiguas muertes nutridos
al igual que mis sentidos.
Polvo que polvo vas siendo,
mi cuerpo te está sirviendo
de antena de tus latidos.
Si fuimos y seremos polvo, podríamos recibir sus visitas como a las amistades antiguas, el polvo de quienes fueron tantos otros. Así el polvo viaja en parvadas de fantasmas. Quizá cuando el polvo se asienta en alguna silla es porque es una amistad lejana, un pariente remoto que nos viene a visitar y al que, inconscientes y maleducados, expulsamos a estornudos. Más tarde, el polvo barrido, trapeado, remojado y convertido en lodo hallará la manera de volar de nuevo y transmutarse, pues el polvo es materia que persiste, ama a la vida y no nos podemos deshacer de él a riesgo de desaparecer también nosotros en las gongorinas y sorjuanescas sombra y nada.
En un ensayo bellísimo de Pedro Salinas llamado “El polvo y los nombres”, el poeta nos cuenta cómo en un capítulo de Don Quijote de La Mancha, Don Quijote imagina, tras dos grandes polvaredas, a dos ejércitos: “Puesto que él desea, con toda su alma, que tras el polvo haya, impacientes de victoria, dos huestes, lo que hay que hacer es llenar los ingentes mundos de polvo, de vocablos, de nombres, exponer a los guerreros ante los ojos y oídos asombrados de su escudero y de su lector.” Y los nombres: Alifanfarón, Pentapolín, Micocolembo, Bandabarbarán…
Nombres geniales, no polvorientos sino polvorinos porque están vivos, son el polvo enamorado de Quevedo, polvo con sentido para plantarle la cara a la muerte, eso somos. Quizá somos polvo de estrellas hechizado, polvo que barre y limpia el polvo.
AQ